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17 de agosto 2025 Domingo XX (Jr 38, 4-6.8-10)

A veces tenemos la impresión que los profetes solo se dedican a llevar la contraria a la opinión de la mayoría; pero esa es una visión migrada de su misión: ellos deben ser fieles a Dios al precio que sea. Ellos son portavoces de Dios, no de sus deseos, por eso cuando hablan no lo hacen en nombre de ellos mismos sino en nombre de Dios; cuando anuncian algo siempre ponen delante la expresión “oráculo del Señor”. Lo que está claro es que, para muchos, su predicación no es nunca suficientemente oportuna. Jeremías es uno de estos casos; según «algunos de los principales de Jerusalén dijeron al rey: “Que Jeremías muera de una vez. Este hombre no hace sino desmoralizar…” Y por eso lo tiraron a un pozo de barro. Hoy podemos reflexionar sobre si en nosotros ha aparecido el deseo de querer eliminar a aquellos que creemos que traen un mensaje inoportuno. No se trata necesariamente de matar, sino de no hacer caso, como si no existieran (al fin y al cabo, es una especie de muerte). Lo que es importante es no perder de vista la voluntad de Dios. Hay que discernir. Cuando recibo un mensaje desde la fe, si hay algo que me incomoda, ¿soy capaz de fijarme en cuáles son mis sentimientos? ¿Los valores evangélicos quedan en un segundo plano?

Señor, dame coraje, para acoger tu Palabra y ser fiel a tu voluntad.