Hoy, día 7 de julio, celebramos la festividad de: San Odón, obispo; san Fermín, obispo y mártir; y el beato Benedicto XI, papa.
San Odón, obispo
Hijo de los condes de Pallars, tras dedicarse a las armas fue elegido obispo de Urgell en el año 1095, cambiando la espada por el báculo, el casco por la mitra y sus soldados por sus queridos feligreses. Fiel a su lema agustiniano: “Amoris officium, pascere” (el oficio de pastor es un oficio de amor), promovió la vida religiosa en su diócesis y el ejercicio de la caridad, especialmente hacia los pobres, enfermos, huérfanos y viudas. Intentó mantener un equilibrio de poderes tanto a nivel político como eclesiástico.
Murió el 7 de julio del año 1122, y once años después se autorizó su culto, siendo canonizado en 1589. Es patrón de La Seu d’Urgell y del Valle de Àneu.
San Fermín, obispo y mártir
Este santo mártir, copatrón de Navarra, nació en el siglo III, hijo de una familia acomodada y pagana de Pamplona. Convertido al cristianismo por la predicación de san Honesto, fue bautizado por san Saturnino, obispo de Toulouse. Ordenado presbítero, fue enviado a evangelizar la región de Amiens, donde fue elegido obispo, logrando un gran número de conversiones, hasta que fue detenido y martirizado hacia el año 303.
Beato Benedicto XI, papa
Niccolò Boccasini, nombre de bautismo del que sería el papa Benedicto XI, nació en Treviso, en el norte de la península itálica, en 1240. Hijo de una familia humilde, tomó el hábito dominico, destacando por su austeridad, sabiduría y bondad, llegando a ser elegido general de la Orden. Tras una delicada y exitosa misión diplomática en Flandes, fue creado cardenal en 1298. En el año 1303 fue elegido papa, tras la muerte de su predecesor a causa de las heridas infligidas por un enviado del rey de Francia, con quien el Vaticano mantenía una gran rivalidad entre el absolutismo francés y la doctrina teocrática vaticana. A pesar de sus esfuerzos pacificadores, murió presumiblemente envenenado ocho meses después, un 7 de julio de 1304, dejando una profunda huella en la Iglesia católica.