Hoy, día 28 de junio, celebramos la festividad de san Ireneo, obispo y mártir; y del beato Pablo Giustiniani, monje.
San Ireneo de Lyon, obispo y mártir
Las noticias biográficas sobre él provienen de su propio testimonio, que nos ha llegado gracias a Eusebio en el libro V de la Historia Eclesiástica.
Nacido hacia el año 125, con toda probabilidad en Esmirna (hoy Izmir, Turquía), donde fue discípulo de san Policarpo, pertenecía a la colonia griega establecida en la Galia. Fue ordenado presbítero y, hacia el año 177, obispo de Lyon. Como pastor se distinguió por su riqueza doctrinal. Es uno de los principales teólogos del siglo II, defensor de la predicación evangélica. Se conservan dos obras suyas: Adversus haereses (Contra las herejías) y Exposición de la predicación apostólica. En ellas desarrolla el principio de la “Tradición”, de la Encarnación y, en especial, refuta el dualismo gnóstico:
“Por tanto, que nadie piense que hay otro Dios Padre diferente de nuestro creador, como fantasean los herejes (…). Otros, por su parte, desprecian la venida del Hijo de Dios y el designio de su encarnación, que los apóstoles nos han transmitido y que los profetas ya habían anunciado (…). Otros no conocen los dones del Espíritu Santo y rechazan el carisma profético que, cuando el hombre está totalmente impregnado de él, produce el fruto de la vida divina (…). Sobre estos tres artículos de nuestro sello muchos han sido alejados por el error, lejos de la verdad, en la medida en que desprecian al Padre, o no aceptan al Hijo, hablando contra el designio de la encarnación, o no acogen al Espíritu.”
Murió hacia el año 202-203, quizá como mártir. Es Doctor de la Iglesia.
Beato Pablo Giustiniani, monje
Nacido en Venecia hacia el año 1476, y tras estudiar filosofía en Padua y peregrinar a Tierra Santa, se hizo monje ingresando en la Camáldula. Renovó la familia monástica camaldulense en busca de la espiritualidad original de san Romualdo, con el fin de crear solamente eremitorios, para que fuesen desiertos alejados del mundo y del bullicio de los cenobios. Así fundó el eremitorio de Monte Corona (1523), que daría origen a la Congregación de Ermitaños Camaldulenses de Monte Corona. Hombre de fina cultura humanista, animaba a sus discípulos a transmitir por escrito la experiencia espiritual, ya que la vocación del ermitaño es una acción de gracias que se derrama sobre la Iglesia. Tras contraer la peste en Viterbo, murió en Roma el 28 de junio de 1528.