Hoy, día 19 de junio, celebramos la festividad de los santos Romualdo, abad; de los hermanos Gervasio y Protasio, mártires; y de santa Juliana Falconieri, virgen.
San Romualdo, abad
Nacido en Rávena hacia el año 952, ingresó como monje en el monasterio benedictino de San Apolinar in Classe. Persona con fuerte inclinación a la soledad, “con una lengua silenciada y una voz predicadora”, emigró a Venecia como eremita y más tarde fue reformando los monasterios por los que pasaba, entre ellos el de San Miguel de Cuixà. Regresó a Italia, donde fundó Camaldoli (monjes benedictinos camaldulenses). Posteriormente se trasladó de nuevo, y antes de morir en la ermita de Val di Castro, cerca de Fabriano, hacia el 1027, aún tuvo tiempo de ver cómo Enrique II, deseoso de reformar las abadías imperiales, implantaba en ellas el eremitismo camaldulense que él había fundado. Fue canonizado en 1595. San Pedro Damián escribió su vida.
Santos Gervasio y Protasio, mártires
Fueron dos hermanos gemelos nacidos probablemente en el siglo III en Milán, y muertos probablemente durante la persecución de Diocleciano. Cuenta la tradición que en el año 386, el arzobispo de Milán, san Ambrosio, mandó desenterrar los cuerpos de los dos mártires cristianos, siendo considerados los primeros mártires de Milán. Ante una multitud entusiasmada, en la que se encontraba san Agustín, los cuerpos fueron velados solemnemente y trasladados a la basílica hoy conocida como San Ambrosio, consagrada el 19 de junio. El propio obispo narra con emoción que aún llevaban en su cuerpo las señales del martirio. Desde entonces son venerados en todo Occidente cristiano.
Santa Juliana Falconieri, virgen
Nació en el año 1270 en Florencia. Sobrina de Alexis Falconieri, uno de los siete fundadores de la Orden de los Siervos de María, Juliana quedó fascinada por el estilo de vida, tan alejado de los esquemas de una familia comprometida en hacer dinero. Se consagró a Dios y vestía un manto oscuro y amplio, similar al que usaba su tío, y que llevaban también otras jóvenes que seguían sus pasos: las Manteladas, rama femenina de la Orden de los Siervos de María, los servitas. Se entregó a la penitencia, la contemplación, las obras de caridad, a su devoción por la Virgen María y su amor por la Eucaristía, sin entrar nunca en un convento.
Su santidad se manifestó a través de milagros durante su vida, y sobre todo en el momento de su muerte, el 19 de junio de 1341, cuando se le negó la comunión por temor a que pudiera atragantarse. Pidió que colocaran la hostia sobre su cuerpo, y esta desapareció, dejando una marca morada sobre su pecho. Las Manteladas llevan hoy en su hábito esa marca en memoria de este prodigio. Fue canonizada en el año 1737, y su cuerpo se conserva en la basílica de la Santísima Anunciación de Florencia.