Hoy, día 30 de mayo, celebramos la festividad de san Fernando, rey; de santa Juana de Arco, virgen; y del beato Pedro Tarrés y Claret, presbítero.
San Fernando, rey
Fernando III el Santo nació cerca de Zamora en el año 1198. Unió en su persona las coronas de León y Castilla, y dio un impulso decisivo a la reconquista de Andalucía, que conquistó en su totalidad salvo el reino de Granada. Amplió la Universidad de Salamanca e inauguró las obras de las catedrales de Burgos, Toledo, León, Osma y Palencia. A su hijo Alfonso X el Sabio le recomendó: “Hijo, trabaja por ser bueno y hacer el bien, que ya tienes con qué hacerlo». Profundamente piadoso, muy devoto de la Virgen María —de quien siempre llevaba una imagen consigo— mantuvo un constante espíritu de agradecimiento a Dios por sus éxitos políticos y militares. Esto se manifestó en el buen trato hacia musulmanes y judíos, evitando que se tratara de forma vejatoria a los musulmanes vencidos. El 30 de mayo de 1252, en Sevilla, al sentirse morir, se arrodilló en el suelo y exclamó: “Salí desnudo del seno de mi madre y desnudo volveré al seno de la madre”. Fue canonizado en 1671. Es el patrón de Sevilla.
Santa Juana de Arco, virgen
Juana de Arco nació en el año 1412 en Domrémy, Francia, en una época de graves crisis y guerras interminables. A la edad de dieciséis años, se sintió llamada por unas “voces” a liberar Francia de los ingleses y restaurar la monarquía francesa en la persona del delfín Carlos VII. En mayo de 1429, encabezó un ejército que permitió la liberación de Orleans: en solo ocho días, un prodigio en términos militares, los ingleses fueron repetidamente derrotados en batalla, donde la audacia de la “doncella” fue inigualable, permitiendo así que Carlos VII pudiera ser coronado rey en Reims. Pero mientras el rey buscaba pactos, Juana quiso continuar la lucha, y fue capturada y juzgada por los borgoñones, entregada a los ingleses, acusada de brujería y blasfemia y quemada viva en la plaza de Ruan el 30 de mayo de 1431, tras un proceso en el que testificó su inocencia y fidelidad a la Iglesia. Fue canonizada en 1920.
Beato Pere Tarrés i Claret, presbítero
Nació en Manresa en el año 1905. Hijo de obreros, alternó el estudio de medicina y el ejercicio de la profesión en Barcelona con su plena dedicación a la Federación de Jóvenes Cristianos de Cataluña. Un compañero le preguntó: “¿Y tú, Tarrés, no tienes novia?”; “mi novia es la Federación”, fue su respuesta. Ejerció como médico en el frente durante la guerra civil, practicando ejemplarmente la caridad: “estos enfermos (jóvenes soldados del frente pendientes de evacuación) son jóvenes hermanos míos y los amo”.
Terminada la contienda, siguió la vocación sacerdotal, que se concretó en una gran acción pastoral: en el ámbito parroquial, en el secretariado de beneficencia, en la atención a los tuberculosos y como consiliario de instituciones de apostolado. Hombre de profunda espiritualidad, punto de referencia querido y recordado del clero barcelonés, murió de cáncer en 1950. Enterrado desde 1975 en la iglesia de San Vicente de Sarriá, fue beatificado en 2004. Él había escrito: “Para Dios solo existe una ley, la del todo o nada. Las almas grandes nunca se entregan a medias”.