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6 de mayo 2025 San Evodio, mártir; del adolescente san Domingo Savio; y de san Juan “ante Portam Latinam”.

Hoy, día 6 de mayo, celebramos la festividad de san Evodio, mártir; del adolescente san Domingo Savio; y de san Juan “ante Portam Latinam”.

San Evodio de Antioquía, mártir

Gracias al segundo obispo de Antioquía, san Ignacio, sabemos que su predecesor fue san Evodio, quien fue nombrado por el mismo apóstol Pedro. Posiblemente terminó su vida con un glorioso martirio hacia el año 69. Los Hechos de los Apóstoles afirman que fue en Antioquía (Siria) donde los seguidores de Jesucristo empezaron a ser conocidos como cristianos, y hay quienes piensan que fue por influencia de san Evodio.

San Domingo Savio, adolescente

Nació en el año 1842, hijo de un herrero y una modista de un pueblo cerca de Turín, Italia. Desde pequeño fue un muchacho muy piadoso. En 1853, a los once años, entró en contacto con san Juan Bosco, y al año siguiente ingresó en el Oratorio de Turín. Desde entonces, san Juan Bosco lo guiará en el camino de una santidad sencilla, hecha de oración, estudio, alegría y servicio a los demás, que vivirá intensamente en el poco tiempo que le quedaba de vida. Durante tres años obtuvo el premio al mejor compañero otorgado por votación popular entre los 800 alumnos del colegio: sus compañeros se admiraban de verlo siempre tan alegre, amable y servicial con todos. Solía decir: “nosotros demostramos la santidad siendo siempre alegres”. Murió en 1857, poco antes de cumplir los quince años. Fue declarado santo en el año 1954.

San Juan “ante Portam Latinam”

La Iglesia antigua celebraba con especial fervor las fiestas martiriales de los apóstoles. En el siglo VIII, el papa Adriano dedicó el 6 de mayo una pequeña basílica en memoria del fallido martirio del apóstol Juan, cerca de la Puerta Latina de Roma.

Según cuenta la Leyenda Áurea, el apóstol se encontraba en la lejana Éfeso cuando el procónsul romano lo hizo detener y lo envió a Roma, donde lo esperaba el emperador Domiciano. El senado lo condenó a morir sumergido en una caldera de aceite hirviendo, frente a una de las catorce puertas que permitían atravesar las murallas nuevas de Roma. Pero Juan salió de ella sin sufrir daño alguno y el “apóstol amado” regresó a Éfeso, donde murió plácidamente.