Hoy, 25 de enero, celebramos la festividad de la Conversión de san Pablo, apóstol, y de santa Elvira, virgen.
Pablo de Tarso brilla como una estrella de primera magnitud en la Historia de la Iglesia, y no solo en sus orígenes. Ciertamente, después de Jesús, es el personaje de los primeros tiempos sobre el que tenemos más información. No solo contamos con el relato que hace Lucas en los Hechos de los Apóstoles, sino también con un conjunto de cartas que provienen directamente de su mano, y que, sin intermediarios, nos revelan su personalidad y pensamiento.
Para él fue decisivo conocer a la comunidad de quienes se profesaban discípulos de Jesús. A través de ellos, tuvo noticia de una nueva fe, un nuevo “camino”, como se decía, que no ponía en el centro la Ley de Dios, sino a la persona de Jesús crucificado y resucitado, a quien se atribuía la remisión de los pecados. Como judío fervoroso, consideraba este mensaje inaceptable, incluso escandaloso, y sintió el deber de perseguir a los seguidores de Cristo, incluso fuera de Jerusalén. Precisamente, en el camino hacia Damasco, a principios de los años treinta, Saulo de Tarso, según sus propias palabras, fue “alcanzado por Cristo”. Toda su vida quedó marcada por esta conversión y fue llamado a gloriarse únicamente en la cruz y a ser un instrumento escogido para la evangelización del mundo. La celebración litúrgica de este acontecimiento es puramente occidental.
Cuando escribe la Carta a los Romanos, expresa el deseo de llevar a cabo una gran misión en Hispania. El apóstol ofrecerá su testimonio supremo con su sangre, bajo el emperador Nerón en Roma, donde se conservan y veneran sus restos mortales.
Elvira es una santa que vivió a mediados del siglo XII. Probablemente era de origen austríaco, aunque gran parte de su vida la pasó en Alemania. Desde muy joven ingresó en la comunidad de monjas benedictinas de Oerhen, un importante monasterio fundado en el siglo VII, situado en la región de Renania. Con el tiempo y por unanimidad de todas las hermanas, fue elegida abadesa. Su brillante labor en la restauración de la disciplina monástica iluminó la vida de su comunidad, mereciendo el honor de ser elevada a los altares.