San Dámaso I, nacido en tierras hispánicas, se trasladó a Roma, donde fue diácono del papa Liberio y su sucesor. Gobernó la Iglesia del año 366 al 384 y convocó numerosos sínodos contra los herejes. Hombre de carácter firme y temperamento altivo, ejerció su ministerio en una época de gran consolidación eclesial tras las persecuciones, pero también de turbulencias debido a las luchas por el poder surgidas con la nueva situación. De él destaca el impulso que dio a la traducción de la Biblia al latín, encargada a san Jerónimo, y especialmente la promoción del culto a los mártires, a quienes dedicó inscripciones y poemas. Falleció en el año 384.
San Pablo de Narbona nació a comienzos del siglo III. En el año 249, el emperador romano Decio llegó al poder y ordenó una persecución mortal contra los cristianos. Como consecuencia, las incipientes comunidades cristianas de las Galias fueron completamente exterminadas. Terminada la violencia, el papa envió siete evangelizadores a las Galias, entre ellos Pablo, un presbítero de Roma, que se convirtió en el primer obispo de Narbona.