Hoy, día 17 de octubre, celebramos la festividad de: san Ignacio de Antioquía, obispo y mártir; y la de san Florencio de Orange, obispo.
San Ignacio de Antioquía, que se llamaba a sí mismo Teóforo (“el que lleva a Dios”), fue el tercer obispo de Antioquía, del año 70 al 107 en que murió mártir. Por aquel entonces Roma, Alejandría y Antioquía eran las tres grandes metrópolis del imperio Romano. En Antioquía, como sabemos por los Hechos de los Apóstoles, surgió una comunidad cristiana floreciente: el primer obispo fue el apóstol Pedro, como dice la tradición, y allí “fue donde, por primera vez, los discípulos recibieron el nombre de cristianos”.
En 107, en tiempos del emperador Trajano, Ignacio, fue llevado prisionero a Roma, y murió a causa del testimonio que dio de Cristo. Viajando por Asia, bajo la custodia severa de los guardias, en las ciudades en las que se detenía, consolidaba las iglesias con predicaciones y exhortaciones. Por el camino escribió, siete cartas dirigidas a varias iglesias. Estas cartas, que nos han llegado de la iglesia del primer siglo como precioso tesoro; muestran la riqueza espiritual y la expresión, de una personalidad fuerte y carismática. Ningún Padre de la Iglesia ha expresado con la intensidad de Ignacio, el anhelo por la unión con Cristo y por la vida en Él.
Florencio de Orange, nacido a finales del siglo V, fue nombrado obispo en la ciudad de Orange, en la Provenza de la Galia. Murió en esta ciudad en 524 con fama de santidad.