Cristo obedeció, se humilló por nosotros, por amor, y es por ello que con su muerte nos dio la VIDA. En Él está todo el sufrimiento del hombre, todo el pecado, todo el mal. Buscar la humillación, el sufrimiento, obedecer «a ciegas» no tiene mucho sentido, si no nos mueve el amor. Si nuestra humillación responde sólo a un deseo espiritual de unión con Dios, sin el amor, esa humillación será una especie de ritual externo, con el que, en lugar de practicar la humillación, estaremos buscando la aprobación, el reconocimiento, el aplauso de los demás. Si mi humildad, mi obediencia nace del amor dará fruto porque poco a poco mi corazón egoísta, avaro, cerrado irá muriendo, y así mejorarán mis relaciones con los demás: me humillaré, obedeceré y moriré para los demás. Nosotros, con nuestra actitud, podemos hacer que el sufrimiento de Jesús no haya sido inútil.
Señor, dame fuerza para ser capaz de cargar con el sufrimiento del mundo: el mal, el egoísmo, la mentira… y con el perdón, transfórmalo todo en amor, en vida.