La carta a los Hebreos llega a su fin y nos aconseja primeramente: «Por medio de Jesús, ofrezcamos continuamente a Dios un sacrificio de alabanza, es decir, el fruto de unos labios que profesan su nombre».
Obsérvate: ¿nuestros labios alaban el nombre de Dios, o pasamos más tiempo pidiendo?
Señor, gracias por el don de la vida que me has dado porque así he conocido que amas a todos.