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Domingo XXIX del tiempo ordinario (16 de octubre de 2022)

Homilía del P. Joan M Mayol, monje de Montserrat (16 de octubre de 2022)

Éxodo 17:8-13 / 2 Timoteo 3:14-4:2 / Lucas 18:1-8

 

Argue, obsecra, increpa, son tres palabras extraídas de la traducción latina de la segunda carta a Timoteo que hoy hemos leído y que están incrustadas en el nervio vertical de mármol del ambón desde donde os estoy dirigiendo estas palabras. Argue, obsecra, increpa: arguye, reprocha y exhorta. Argumenta, alerta y anima, podríamos traducir con un lenguaje más dinámico. Argumentar, alertar y animar por medio de la vitalidad que posee la Palabra de Dios. Esta Palabra va dirigida a toda la persona, a la mente y al corazón que deciden, a las manos que concretan; son palabras inspiradas e inspiradoras, no tanto por lo que literalmente dicen sino por lo que interiormente provocan.

Las lecturas de este domingo se mueven en estas tres dimensiones profundamente humanas que representan la mente, el corazón y las manos: nos hacen razonable la confianza en Dios, desvelan el sentido de la oración y nos animan a vivir en una esperanza activa.

El evangelista san Lucas introduce la parábola del juez injusto y la viuda, para recordarnos la necesidad de orar siempre sin desfallecer. La oración es sencilla pero insistente y perseverante. La viuda pone su vida en manos del juez, y, finalmente, contra todo pronóstico, ante un juez que no teme a Dios y no tiene ningún respeto por los hombres, obtiene justicia. El acento aquí recae sobre la actitud insistente y perseverante de la viuda que acaba venciendo a la desidia del juez. Jesús toma el ejemplo de este personaje negativo, que finalmente acaba obrando bien, para hacer ver con mayor claridad que Dios, que es bueno por naturaleza, más aún: que es el único bueno, como no va estar siempre y con mucha más generosidad a la oración de quienes le invocan.

Pero el Señor ve en la viuda al pueblo de Israel que en su pobreza clama de Dios noche y día la salvación y afirma que Dios hará justicia a sus elegidos que claman ante él día y noche muy pronto. Jesús está anticipando veladamente la hora de su pasión y de su resurrección de entre los muertos que será la respuesta de Dios al Pueblo de Israel y a la humanidad entera, una respuesta que Israel no esperaba, pero que es la respuesta que el mundo necesitaba, porque Cristo resucitado es la respuesta más bella a los interrogantes más oscuros y a las mayores preguntas de la humanidad.

La respuesta de Dios a la oración del Pueblo escogido es Jesucristo resucitado y, a partir de él, todas las cosas toman un sentido nuevo. Ya no se trata de levantar las manos para ganar una guerra sino de formar parte de la construcción de la paz que beneficia a todos. Y sin dejar el tema de la oración, podemos ver cómo el propio evangelista, que nos narra la parábola del juez y la viuda en el evangelio, en su segundo libro, Los Hechos de los Apóstoles, nos explica cómo entendieron los primeros cristianos ese “orar siempre sin desfallecer” a partir de la resurrección del Señor. Lo hicieron con unanimidad, entre la alabanza y el discernimiento. El día de Pentecostés, nos dice San Lucas, que oraban todos juntos en un mismo lugar y que se reunían siempre para la oración. La oración, como alabanza, no es evasión sino anticipación del mundo nuevo para no olvidar hacia dónde deben converger todos nuestros esfuerzos.

Más adelante, en el capítulo IV del mismo libro de los Hechos de los Apóstoles, reflejando los momentos de tribulación que vivía la comunidad, la oración se convierte en camino de discernimiento. Lo primero que los discípulos piden en la oración, sorprendentemente, no es protección, no piden ni siquiera el fin de las persecuciones que empiezan a surgir, se pide discernimiento para ver y comprender el momento presente más allá de los esfuerzos y precauciones humanas que seguramente tomaron. Esta interpretación del momento presente se realiza a partir del conocimiento orante de la Escritura. Lo primero que se tiene presente es la trascendencia de Dios, su soberanía sobre el mundo, su acción en la historia de Israel y, a partir de ahí, se lee el hoy de la tribulación en clave de identificación con la vida y la pasión redentoras de Jesús, una vida que, gracias al Espíritu, continua en la comunidad cristiana. De esta oración de discernimiento de los primeros cristianos, ¿no os parece que tenemos mucho que aprender todavía?

A menudo nuestra oración es más de petición que de alabanza o de agradecimiento, más interesada en cosas materiales que en las del espíritu. Pedimos y nos desanimamos cuando no obtenemos inmediatamente lo que hemos pedido. Pero la oración de petición, según los Hechos de los Apóstoles, es objetivamente distinta. La comunidad pide una sola cosa: poder seguir viviendo y anunciando con coraje la Palabra de Dios de modo que se manifieste la fuerza transformadora del Espíritu del Señor en lo concreto de la vida para que el mundo pueda ir transformándose en parte del Reino de Dios, o para que el estilo de vida de todos esté más acorde con la dignidad humana y en armonía con la creación diríamos hoy nosotros. Rezan para que quienes se odian lleguen a amarse como hermanos, en una palabra, rezan con sus propias palabras, pero según el sentido de la oración del Señor: el Padrenuestro; ésta es la base de toda oración cristiana. El cristiano que orando así pone el alma y la vida, forma parte, como Jesús, de la respuesta de Dios al mundo.

El evangelio de hoy termina utilizando el registro de la provocación para desvelar en nosotros la sana inquietud de una esperanza de que nos mantenga despiertos para percibir su paso entre nosotros. Cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?».

El Señor vendrá al final de los tiempos, y para cada uno de nosotros, ciertamente, en la hora de pasar de este mundo al Padre, pero también llega ahora y aquí en cada persona y en cada acontecimiento.

¿Encontrará, pues, suficiente fe en nuestros corazones ahora que se nos volverá a dar en la Eucarística?

¿Hay en nosotros una fe y una voluntad suficientemente dispuestas, ahora, a dejarse trabajar por los valores del Reino?

¿Puede encontrar hoy el Señor, en nosotros, una fe suficientemente comprometida y gozosa como para que el mundo pueda ver en ella la belleza de su rostro?

Última actualització: 17 octubre 2022