A veces tenemos la impresión de que los profetas sólo se dedican a llevar la contraria a la opinión de la mayoría; pero esto es una visión insuficiente de su misión: ellos deben ser fieles a Dios sea al precio que sea. Ellos son portavoces de Dios, no de sus propios deseos, por eso cuando hablan no lo hacen en nombre de ellos mismos sino en nombre de Dios; cuando anuncian algo siempre ponen por delante la expresión “palabra del Señor”. Lo que está claro es que, para muchos, no es nunca suficientemente oportuna su predicación. Jeremías es un caso de éstos; así, «en aquellos días, los dignatarios dijeron al rey: «Hay que condenar a muerte a ese Jeremías, pues, con semejantes discursos, está desmoralizando a los soldados que quedan en la ciudad y al resto de la gente…» Y por eso el tiraron a un aljibe con barro. Hoy pues podemos reflexionar si en nosotros ha aparecido el deseo de querer eliminar a aquellos que creemos que llevan un mensaje inoportuno. No necesariamente se trata de matar, sino de no hacer caso, como si no existieran (al fin bajo es una especie de muerte). Lo que es importante es no perder de vista la voluntad de Dios. Hay que discernir. Cuando recibo un mensaje desde la fe, si hay algo que me incomoda, ¿soy capaz de fijarme en cuáles son mis sentimientos? ¿Los valores evangélicos quedan en un segundo plano?
Señor, dame coraje, para acoger tu Palabra, y ser fiel a tu voluntad.