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Domingo XIV del tiempo ordinario (3 de julio de 2022)

Homilía del P. Lluís Planas, monje de Montserrat (3 de julio de 2022)

Isaías 66:10-14c / Gálatas 6:14-18 / Lucas 10:1-12.17-20

 

Cada domingo nos encontramos para escuchar la palabra de Dios y compartir la fe, celebrando el memorial del Señor; es decir, recordemos y revivimos la donación profunda y auténtica de Jesús hasta dar su vida. En el fondo estamos poniendo en práctica lo mismo que hacían los seguidores de Jesús en su tiempo. Escuchaban las enseñanzas de Jesús, como nosotros tenemos oportunidad de escucharlas de la voz del diácono. Aprendían y aprendemos cuáles eran los objetivos de Jesús, cuál era su enseñanza y a qué daba valor.

El relato que hoy hemos escuchado es la continuación de la narración del pasado domingo, en que oímos que el evangelio nos decía que Jesús «resolvió decididamente encaminarse a Jerusalén». Durante su camino hacia Jerusalén Jesús no dejará de enseñar y enseñarnos, pero sabemos que encaminarse a Jerusalén significa que, al final de su camino a Jerusalén, Jesús sufrirá la muerte en cruz y que los discípulos se dispersarán.

El evangelio nos dice que Jesús tuvo la iniciativa de escoger a 72 para pedirles que se adelantaran, de dos en dos, hacia cada pueblo. Cuando el evangelista ha puesto el número de 72 lo ha hecho para subrayar que fueron a todas partes y que eran muchos. ¿Qué debían hacer? Nos ha dicho: decidles: «El reino de Dios ha llegado a vosotros». Nada distinto de lo que habían visto hacer a Jesús. Seguramente nos encontramos ante la misión clave de los discípulos de Jesús. Hacer lo que hacía Jesús y como lo hacía Jesús.

El evangelista nos lo ha ido explicando, muy pedagógicamente: cuál es el núcleo de la predicación de Jesús, pero también ha añadido la actitud con la que debe hacerse. Iría muy bien que nos paráramos y nos fijáramos uno por uno en todos los detalles que especifica la narración que hemos escuchado. Seguramente que nos alargaríamos mucho, y quizás ahora no es el momento más adecuado; pero sí conviene hacer unas breves reflexiones…

Cuando acogemos el evangelio no estamos mirando unos hechos pasados, sino que, para nosotros que somos discípulos, también deben servirnos para hoy, para ahora. Porque nuestra misión como discípulos es decir a todo el mundo que el Reino de Dios está muy cerca. Por eso debemos preguntarnos si es éste, cuando nos identificamos como cristianos, el mensaje que damos. El testimonio debe ser de esperanza, y no desesperanzado por el pesimismo de una situación como la actual, llena de incertidumbre y de violencia, enterrada y explícita como la guerra de Ucrania y sus consecuencias, morales y materiales. Lo tenemos que hacer con nuestra vida y nuestra autenticidad, es decir con elementos que no distorsionen el mensaje, «No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias; y no saludéis a nadie por el camino». Porque puede que nos paremos comentando aspectos de la vida, pero que no vamos a fondo y nos olvidemos de la necesidad de dar un mensaje alentador y comprometido.

Cuando nos dice que los envía como «corderos en medio de lobos» no nos está diciendo que la misión sea fácil; los resentimientos personales y colectivos son muy desgarradores y destructores de la propia integridad. Y Jesús nos dice que primero saludemos: «Paz a esta casa». La paz de Jesús no es ausencia de conflicto, sino que está empapada de justicia y de amor. Fijémonos en que hoy las tensiones económicas y políticas van haciendo aún mayores las diferencias entre los hombres. La paz de Jesús es la que permite quedarse en la casa donde se luche por una verdadera vida en la que se comparta «comiendo y bebiendo de lo que tengan». Compartir, ¡qué palabra más maravillosa si la practicamos! Pero la enseñanza de Jesús no se impone por la fuerza, propone, por eso no se trata de forzar, sino que pide que quede claro el mensaje, de ahí que recomiende que se proclame, en caso de no ser acogidos: «El reino de Dios. ha llegado a vosotros». Toda una forma de hacer, toda una forma de ser. Ésta es la manera de hacer y de ser de Jesús.

Debemos ser conscientes de que la última etapa de Jesús será la cruz. Seguramente para muchos, yo me incluyo, la cruz nos da miedo. Tenemos a Pablo que es un discípulo privilegiado que profundiza en su vida el significado de la cruz y con él podemos atrevernos a decir: «Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo». Porque sabemos que la cruz es el portal de la resurrección, del Reino de Dios. Sí, podemos terminar como ha terminado hoy San Pablo diciendo: «La gracia de nuestro Señor Jesucristo esté con vuestro espíritu, hermanos. Amén»

Última actualització: 3 julio 2022