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Domingo IV de Pascua (8 de mayo de 2022)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (8 de mayo de 2022)

Hechos de los Apóstoles 13:14.43-52 / Apocalipsis 7:9.14-17 / Juan 10:27-30

 

La globalización es hoy una palabra muy extendida. Seguramente todos asociamos globalización con actualidad. Cuando yo tenía la edad que tenéis vosotros, escolanes, no sabíamos ni que existiera esta palabra y a vosotros que habéis crecido en medio de ella, quizá la tengáis tan asimilada que tampoco le hagáis mucho caso. Una definición dice ser un proceso histórico de integración mundial en los ámbitos económico, político, tecnológico, social y cultural. ¿Y esto es bueno o es malo?

Será bueno si permite una humanidad que avance junta hacia unas mejores condiciones de vida para todos, que pueda asegurar la paz, la preservación del medio ambiente. No será bueno si anula la riqueza cultural, lingüística… si nos hace pasar a todos por el mismo agujero.

La fe cristiana es una de las respuestas personales más globales de la historia de la humanidad y no es porque sí. Lo es porque nuestro Dios, que es el Dios de Jesucristo, ha querido ser Dios para toda la humanidad. Así lo hemos leído en la primera lectura. Cuando Pablo y Bernabé se enfrentan a la resistencia a predicar la buena nueva de Jesucristo en Antioquía de Pisidia, encuentran enseguida una frase de los profetas que les empuja más allá, hacia la globalización de la fe en el mundo, una frase del profeta Isaías hablando del Mesías: Te he hecho luz de las naciones, para que lleves la salvación hasta los límites de la tierra (Is 49,6). Y la fe se hizo global porque el nombre de Jesús alcanzó los límites de la tierra. Y llegó mucho antes de que la tecnología hiciera muy fácil comunicarse, hiciera más fácil esta globalización, llegó porque Pablo y Bernabé quisieron llevar el evangelio a todo el mundo. Me considero afortunado de haber vivido esa universalidad de la fe desde muy joven. De haber conocido a cristianos de todo el mundo, de saber también que con nosotros rezan tantos hermanos y hermanas diferentes, como veis en Salve cada día.

La fuerza extensiva de la fe cristiana de esos inicios me consuela. Me pregunto cómo podríamos ahora recuperar esa fuerza para seguir diciendo que Jesús y su evangelio son la luz y la salvación hasta los límites de la tierra, unos límites que no son geográficos, sino que ¡quizás tenemos que empezar a buscar en nuestro alrededor!

Somos un pueblo de elegidos. Lo podemos decir desde muchos puntos de vista. Somos elegidos en tanto que humanos, porque hubo una elección de Dios al crearnos, somos elegidos como personas porque cada uno de nosotros es alguien querido y llamado por Dios en la vida, somos elegidos, por encima de todo, en tanto que cristianos.

¿De dónde nos viene la elección? De una voz que nos llama y que nosotros reconocemos. Como el pastor llama a las ovejas, nosotros somos llamados por Jesucristo y reunidos en su rebaño, el rebaño del buen pastor.

Nuestro reto es convertirse en capaces de escuchar la voz del buen pastor y de entrar como ovejas en este rebaño. Responder con nuestra vida a la llamada y especialmente mantenernos en ella. ¿Dónde escucharemos hoy esa voz? La Iglesia nos propone su oración, reflejo de la misma Palabra de Dios ordenada pedagógicamente para ser orada y nos pide que participemos. El buen pastor también nos llama a través de tantas otras situaciones de la vida: en el testimonio de quienes le han escuchado, en las situaciones que nos presenta la historia, en las necesidades sociales y personales de tantos hermanos y hermanas. El rebaño de Jesucristo tiene vocación de ser universal, de estar abierto. La Iglesia no es una secta, tiene las puertas abiertas a todos y no aísla nunca a sus hijos e hijas de las demás voces del mundo, sino que promueve su madurez para ser capaces de discernir el llamamiento de Jesucristo de las demás voces. Estas otras voces nos llevarían a rebaños que no son de Dios y no nos conservarían en esa unidad que es donde Él nos quiere.

¿Y a dónde nos lleva esta elección? En la vida eterna. Nos lo promete la primera lectura, aunque no lo diga expresamente, porque la predicación de la primera iglesia apostólica tuvo su punto fundamental en la afirmación de un resucitado, Jesucristo que abría las puertas de la vida eterna, de la vida de Dios, a todos los que creían en Él. También el evangelio nos dice claramente: Yo os doy la vida eterna y la lectura del apocalipsis nos describe de una manera simbólica cómo será esta eternidad: estaremos con Dios, todo el dolor y el sufrimiento habrán pasado, ¡viviremos! La promesa de la vida eterna no es abstracción o ausencia, sino que es compromiso en el mundo para promover esta vida de Dios que se nos promete.

Somos un pueblo de elegidos. Dentro de la elección cristiana y dentro del rebaño, Jesucristo nos vuelve a llamar a cada uno para seguirle en una vocación más específica. De este modo mediante la llamada a la vida monástica, nos ha reunido a los monjes y monjas a formar otro rebaño dentro del rebaño, una familia que se siente elegida para este servicio de oración, de trabajo y de acogida. Si no viniera de Dios, esta llamada, contracultural al mundo en tantos aspectos, no podría sostenerse. Como la llamada a la fe, también la vocación monástica trabaja día a día en el discernimiento de la voz de la fidelidad de tantas voces seductoras. Es por esta razón que siempre que celebramos un aniversario de vida monástica tal y como hacemos hoy, celebramos la fidelidad de Dios de habernos llamado y de haberse mantenido fiel a su gracia, en uno de nuestros hermanos de comunidad. Muchos de los que estáis aquí os podéis hacer una idea de lo que significan cincuenta años de fidelidad. Quienes celebren un aniversario de boda, comparten, seguro, muchas de las reflexiones que podemos hacer sobre la fidelidad. A otros, como a los escolanes, cincuenta años de vida le puede parecer algo inimaginable, ¡que multiplica por cinco los que habéis vivido! ¡Puedo aseguraros que son bastantes años! ¡Preguntadlo a vuestros abuelos y os lo explicarán!

En el aniversario de los cincuenta años de profesión monástica del P. Abad Josep M. Soler, no podemos dejar de recordar que, en todas las llamadas señaladas, Jesucristo le llamó a ser pastor a imagen de él de un rebaño aún más concreto, que es el de nuestra comunidad. Por casualidades litúrgicas, este domingo IV de Pascua, es llamado del Buen Pastor y fue el mismo domingo que inició la semana de su elección, hace veintidós años, en mayo del año 2020. En el recordatorio de la bendición estaba la imagen del buen pastor de Josep Obiols cargando una oveja en los hombros y la frase Animam pono pro ovibus: Doy mi vida por las ovejas. En todos estos años ha cargado muchas ovejas en los hombros y otras muchas circunstancias de las ovejas y del rebaño. La exigencia de lo que pide la Regla de San Benito al Abad del monasterio, sólo se puede afrontar con una humildad que nos haga conscientes de que los llamamientos de nuestra vida vienen de Jesucristo y con una confianza que Él se mantiene siempre fiel en lo que pide.

No podemos dejar de dar gracias por el ejemplo de vida monástica y de fidelidad del P. Abad Josep M. Creemos que a la fidelidad de Dios también es necesario que responda nuestra libertad que, movida por la gracia, debe colaborar en el plan de Dios sobre sus hijos, que en toda vida monástica pasa por un día a día de oración, de lectura espiritual, de vida fraterna, de acogida. Cuando durante una vida esto se va haciendo realidad y lo vemos en un hermano nuestro, en un monje, no podemos dejar de sentirnos motivados y confirmados que esta vida concreta nos dice que todos los demás que participamos avanzamos hacia un ideal personal posible y realizable. Y más allá de nuestra opción concreta, todo el que honestamente vive su llamada cristiana a cualquier tipo de vida con amor y fidelidad es ejemplo para la Iglesia y el mundo porque logra un cumplimiento personal y cristiano que la encamina hacia Dios mismo.

Un cumplimiento que, en cada eucaristía, ese momento de transfiguración personal y comunitaria, quisiéramos saborear por la gracia que Dios nos hace de compartir el cuerpo y la sangre de Cristo.

Última actualització: 10 mayo 2022