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9 de diciembre de 2025 San Juan Diego Cuauhtlatoatzin, santa Gorgonia y santa Leocadia

Hoy, día 9 de diciembre, celebramos la festividad de: san Juan Diego Cuauhtlatoatzin; de santa Gorgonia; y de santa Leocadia, mártir.

San Juan Diego Cuauhtlatoatzin

“Cuauhtlatoatzin” significa “águila que habla”. Nació hacia 1474 en Cuautitlán. Entre los días 9 y 12 de diciembre de 1531, a este indígena mexicano, bautizado un año antes, se le apareció en cuatro ocasiones la Virgen de Guadalupe en el cerro llamado Tepeyac. En una de las apariciones, la Virgen le pidió que dijera al obispo de México que quería que se edificara un templo en aquel lugar, que posteriormente se convertiría en el santuario de la bienaventurada María, Madre de Dios de Guadalupe, centro de peregrinación mariana mundial.

Para demostrar al obispo que era verdaderamente la Virgen, Juan Diego recogió rosas en pleno invierno y las llevó en su tilma. Al abrirla ante el obispo, las flores cayeron y se reveló la imagen de la Virgen de Guadalupe. Viudo desde hacía unos años, Juan Diego pidió y obtuvo vivir en una pequeña casita junto a la primera capilla construida en honor a la Virgen. Hasta su muerte en 1548 fue el fiel guardián de la Virgen de Guadalupe. Fue canonizado en 2002, siendo el primer santo indígena de América.

Santa Gorgonia, madre de familia

Hija de san Gregorio el Viejo y santa Nona, y hermana de san Gregorio de Nacianzo, fue una madre de familia ejemplar, animada por el deseo de servir a Dios, aunque no recibió el bautismo hasta el final de su vida, hacia el año 370.

Según relata su hermano, tras un accidente en el que fue pisada por un caballo o arrastrada por un carro, quedó gravemente herida, sin esperanza de sobrevivir, según los médicos. Entonces, aplicó sobre sus heridas aceite consagrado mientras oraba intensamente, recuperando milagrosamente la salud.

Santa Leocadia, mártir

Fue una de las mártires destacadas de la breve pero intensa persecución que tuvo lugar en la Hispania romana durante el reinado del emperador Diocleciano, en los años 303-304. Era una mujer relevante de la comunidad cristiana de Toledo, posiblemente miembro de un grupo de vírgenes que ejercían responsabilidades en la comunidad, dirigida entonces por el obispo Melancio. El prefecto intentó hacerla renegar de su fe, primero con halagos y luego con amenazas.

Su culto tuvo gran relevancia desde el principio. Una leyenda del siglo VII cuenta que, en el día de su fiesta, la santa salió de su sepulcro y se dirigió al obispo toledano san Ildefonso, entregándole parte de su velo, que se conserva como reliquia en la catedral.

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