Hoy, día 8 de julio, celebramos la festividad de: San Procopio, mártir; del beato Eugenio III, papa; y de los santos Áquila y Priscila.
San Procopio, mártir
Fue la primera víctima de la persecución de Diocleciano en Palestina. Fue trasladado desde Escitópolis hasta Cesarea de Palestina por manifestar su fe cristiana: “no hay dioses, solo hay un único Dios, Creador de todas las cosas”. Allí fue decapitado por orden del juez Fabián en el año 303. Débil en la ciencia profana, fue fuerte en la Palabra de Dios. Sus actas martiriales terminan diciendo: “Jesucristo reinó; a Él honor y gloria por los siglos de los siglos”.
Beato Eugenio III, papa
Bernardo Paganelli nació cerca de Pisa; era canónigo en la catedral de Pisa y se hizo monje cisterciense en Claraval después de encontrarse con san Bernardo. Fue elegido papa en 1145 cuando era abad del monasterio de Tre Fontane, tomando el nombre de Eugenio. Invitó a su antiguo maestro san Bernardo a predicar la segunda cruzada, quien le dedicó el tratado De la Consideración, en el que afirmaba que el papa tenía como deber principal atender las cosas espirituales. Fue responsable de la reforma de la Iglesia, y como papa vivió con la austeridad de la vida monástica hasta su muerte. Murió el 8 de julio de 1153, siendo beatificado en 1872.
Santos Áquila y Priscila (o Prisca)
Áquila era originario del Ponto (en la actual Turquía, junto al Mar Negro), y tras emigrar a Roma se casó con una mujer romana llamada Priscila. Juntos abrieron un negocio de fabricación de tiendas y cortinas, y se convirtieron al cristianismo.
Con motivo de la expulsión de los judíos decretada por el emperador Claudio en el año 49, se establecieron en Corinto. Formaban parte de la comunidad cristiana más primitiva, hasta el punto de que su casa era lugar de reunión de los fieles. Cuando san Pablo llegó por primera vez a Corinto, se unieron a él y establecieron una estrecha colaboración, llegando incluso a arriesgar sus vidas para salvar la del apóstol. Más tarde lo acompañaron a Éfeso, y pronto su casa se convirtió en un punto de referencia para la comunidad cristiana, que se reunía allí para escuchar la Palabra y celebrar la Eucaristía. Una vez levantada la prohibición imperial de expulsión de los judíos, regresaron a Roma, siempre atentos al impulso misionero y dando testimonio del Resucitado.
Última actualització: 8 julio 2025