Reconocer los pecados y sus consecuencias es una de las tareas que los profetas exhortaban hacer. Muy a menudo ponían el acento en este reconocimiento, no era el problema de una persona u otra individualmente, sino que era la conciencia de una situación que se vivía como grupo: todo el mundo estaba salpicado por esta situación de pecado. Hoy cuando la Iglesia nos habla de pecado estructural, por ejemplo, podemos recordar algo similar a lo que vivía el pueblo de Israel: «Nosotros, en cambio, sentimos en este día la vergüenza de la culpa…» El peligro es que también ahora repetimos una actitud como esta que el profeta denuncia: «Hemos desobedecido al Señor nuestro Dios, pues no cumplimos los mandatos que él nos había propuesto». Fijémonos bien, porque la frivolidad, la superficialidad van a menudo de la mano… muy ligeramente.
Con el salmista decimos: Por el honor de tu nombre, Señor, líbranos.