La narración de hoy, por conocida, la podemos describir con pocas palabras. Abrahán entendió que para complacer a Dios tenía que sacrificar a su hijo; pero, antes de consumar la acción, descubre que el Señor, lejos de pedirle la vida de Isaac, lo que quiere es la capacidad de creer: «Ahora he comprobado que temes a Dios, porque no te has reservado a tu hijo, tu único hijo». Desde entonces se entendió que Dios no quiere sacrificios humanos, sino que el propio corazón quiera vivir de verdad en comunión con Dios mismo.
Señor, límpiame, que mi donación al amor sea profunda, sincera y humilde.