Hoy, día 6 de agosto, celebramos: la festividad de la Transfiguración del Señor (san Salvador); y la de los santos Justo y Pastor, mártires.
La Transfiguración del Señor
En la Biblia, la montaña, el Tabor como el Sinaí, es el lugar de la cercanía con Dios. Hoy celebramos el acontecimiento de la Transfiguración en el que Jesús llevó a tres de sus discípulos –Pedro, Santiago y Juan– a una montaña alta. Allí su aspecto cambia y resplandece: les muestra su gloria divina, su auténtica personalidad. También se hacen presentes las figuras de Moisés y Elías, que representan el testimonio de la Ley y los Profetas. Y los cubrió una nube, signo de la presencia de Dios, de la cual salió una voz: “Este es mi Hijo, el amado, en quien me complazco, escuchadlo”. Con la Transfiguración, Jesús iba preparando a sus discípulos para asumir el escándalo de la cruz en Jerusalén y el anuncio de la adopción que hace de todos los creyentes hijos de Dios en el Hijo.
La fecha de hoy tiene probablemente su origen en la dedicación de la basílica construida en el Tabor para conmemorar la Transfiguración, fijada 40 días antes de la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz (14 de septiembre). Comenzó a celebrarse en Occidente a partir del siglo IX y fue incluida en el calendario romano por el papa Calixto III en 1457 en agradecimiento por la victoria de las tropas cristianas contra los turcos en la batalla de Belgrado del año anterior. Es tradición que muchos que llevan el nombre de Salvador celebren hoy su santo.
Santos Justo y Pastor, mártires
En los primeros años del siglo IV, en tiempos del emperador Diocleciano, la comunidad cristiana sufrió la última gran persecución, que fue una de las más sangrientas. Según la tradición, los santos Justo y Pastor eran dos hermanos de 7 y 9 años, nacidos en Complutum, la actual Alcalá de Henares, hijos de padres cristianos, a quienes el prefecto romano quiso hacer abandonar la fe sin lograrlo. Y por este hecho, fueron condenados a ser torturados y degollados en el año 304.
Ya fueron cantados a finales del mismo siglo IV por Aurelio Prudencio: “siempre será una gloria para Alcalá tener en su seno la sangre de Justo junto con la de Pastor”. El culto a los hermanos se extendió pronto a toda la liturgia hispánica.