Hoy vemos cómo Dios bendice a Abrán y Saray, por lo que cambia ligeramente sus nombres por Abrahán y Sara, pero propiamente cambia el significado de sus vidas; él será «padre de muchos pueblos»; ella, según los estudiosos de su nombre, pasará a significar de “mi princesa” con todo lo que conlleva de propiedad personal, princesa, es decir para todos, al servicio de todas las generaciones: ella pertenece a Dios y por esto puede dar los frutos de su vientre, su hijo, para seguir la voluntad de Dios, el deseo de Dios, y por ello es bendición de Dios, como vemos al comienzo de la narración de hoy. Y tú, ¿a quién perteneces? ¿Eres de Dios, eres para Dios? ¿O eres para ti?
Señor, ¡bendíceme!