Hoy, día 3 de septiembre, celebramos la festividad de san Gregorio Magno, papa y doctor.
San Gregorio I, el Magno, papa y doctor de la Iglesia
Nació en Roma hacia el año 540, hijo del senador romano Gordiano y de santa Silvia (venerada como santa el 3 de noviembre). Estudió Derecho y, como funcionario imperial, se distinguió por su capacidad administrativa y su integridad moral, hasta llegar a ejercer el cargo civil más alto de “prefecto del urbe”. Mientras tanto, en su interior maduraba la vocación monástica, que abrazó en el año 574 en Roma, donando sus bienes a los pobres y convirtiendo su casa paterna en un monasterio dedicado a san Andrés.
Cuando era monje, el papa Pelagio II lo ordenó diácono y lo envió a Constantinopla como apocrisiario (nuncio). Allí permaneció seis años, durante los cuales continuó viviendo con otros monjes mientras desempeñaba sus funciones diplomáticas. A su regreso a Roma, lo sucedió en la sede de Pedro. Fue el primer papa que utilizó el poder temporal de la Iglesia sin descuidar el aspecto espiritual de su tarea, manteniéndose siempre humilde y sencillo: así, en sus cartas oficiales, se definía como el “siervo de los siervos de Dios”.
Contemplativo por naturaleza, demostró ser un experto en asuntos teológicos y políticos durante los trece años y medio de su pontificado. Envió los primeros misioneros a Inglaterra y mostró gran preocupación por los necesitados.
Tuvo que afrontar la invasión longobarda de la península Itálica, pestes e inundaciones, y exhortó a la penitencia. En una de las procesiones para pedir el fin de la peste, al cruzar el puente frente al Vaticano, tuvo una visión del arcángel san Miguel sobre la Mole Adriana, interpretada como un signo celestial que anunciaba el fin de la epidemia. Por eso, el antiguo mausoleo fue llamado Castel Sant’Angelo.
Nos dejó un amplísimo epistolario, admirables homilías, un famoso comentario al libro de Job (donde afirma que el ideal moral es la integración armoniosa de la palabra y la acción, del pensamiento y el esfuerzo, de la oración y de la dedicación a los propios deberes), los Diálogos (para demostrar que la santidad siempre es posible, con una hagiografía que narra el ejemplo de diversos hombres y mujeres, entre ellos san Benito), y su obra más célebre: la Regla Pastoral(donde desarrolla su idea del obispo ideal). También nos legó numerosos textos litúrgicos, célebres por la reforma del canto, que por su nombre fue llamado “gregoriano”.
La grandeza de su obra le valió el apelativo de “Magno”, el Grande. Murió en el año 604 y fue venerado como santo. Es uno de los cuatro grandes Padres de la Iglesia, junto con san Ambrosio, san Jerónimo y san Agustín, y el primer monje en alcanzar la dignidad pontificia.