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24 de julio 2025 San Xarbel Makhlouf, santa Cristina y san Boris y Gleb

Hoy, día 24 de julio, celebramos la festividad de: san Charbel Makhlouf, presbítero; santa Cristina, mártir; y de los hermanos Boris y Gleb, mártires.

San Charbel Makhlouf, presbítero

Youssef Antoun nació en 1828 en el seno de una familia campesina. A los veintitrés años ingresó como monje maronita en el monasterio libanés de Nuestra Señora de Mayfouq, en el Líbano, adoptando el nombre de Charbel (que significa “la historia de Dios”). Allí vivió veinte años en comunidad antes de llevar una vida eremítica centrada en la adoración y la comunión eucarística. “Todo hombre es una llama, creada por nuestro Señor para iluminar el mundo. Todo hombre es una lámpara que Dios ha hecho para que brille e ilumine.” Buscó a Dios en el silencio y la oración, viviendo con gran austeridad, ayunando y orando. Se le atribuyeron muchos milagros tras su fallecimiento, la noche de Navidad de 1898.

Fue canonizado en 1977, y el papa Pablo VI dijo de él: “Puede ayudarnos a comprender, en un mundo fascinado por la comodidad y la riqueza, el gran valor de la pobreza, la penitencia, el ascetismo, para liberar el alma en su ascenso hacia Dios”.

Santa Cristina, virgen y mártir

En Bolsena, en la Italia central del siglo III, fue iniciada en el cristianismo siendo joven por una de las sirvientas del palacio sin que sus padres lo supieran. La leyenda cuenta que esta niña de unos once o doce años rompió en pedazos las estatuas metálicas de los dioses paganos Júpiter, Apolo y Venus, que eran de su padre, y distribuyó los fragmentos entre los pobres. Cuando su padre se enteró de los hechos, intentó acercarla al culto de los ídolos, y al no conseguirlo, ordenó que la recluyeran y torturaran repetidamente hasta que finalmente murió, posiblemente un 24 de julio.

Santos Boris y Gleb, mártires

Dos de los doce hijos del santo Gran Duque Vladimiro I de Kiev nacieron a finales del siglo X. La cristianización de Ucrania y de Rusia fue tardía si se compara con el resto de Europa. Según la tradición, pocos días después de la muerte de san Vladimiro, fueron asesinados en el año 1015 por sicarios enviados por su hermano mayor, que no aceptaba el reparto de territorios. La Iglesia los reconoce como mártires, no por su muerte violenta en defensa de la fe, sino por su actitud pacífica ante la agresión de su hermano, destacando su sacrificio en defensa del amor fraterno. La Iglesia ortodoxa los canonizó en el año 1071 y la católica en 1724.