El Domingo pasado, las lecturas nos hacían ver, entre otras coses, que Jesús pertenecía al linaje de los hijos de David. Hoy, es el rey David quien considera que ha de erigir un templo al Señor, pero el profeta Natán le cuestiona este deseo cuando manifiesta como profeta el pensamiento de Dios: «¿Tú me vas a construir una casa para morada mía?». Es como si le dijera: «mi templo es el mundo, no hay nada que pueda contenerme». Con todo, la promesa de la fidelidad de Dios con los hombres será para siempre, porque la relación que establecerá con los hombres será como es la del padre con su hijo, y este vínculo nadie podrá destruir. «Tu casa y tu reino se mantendrán siempre firmes ante mí, tu trono durará para siempre».
Señor, tu fidelidad con nosotros tiene su fundamento en el amor: que nosotros sepamos corresponder, a pesar de nuestra debilidad, a Tu fidelidad con nuestra fidelidad, a Tu amor, con nuestro amor.