Hoy, 22 de mayo, celebramos la festividad de santa Joaquina de Vedruna, religiosa; santa Rita de Casia, religiosa; y santa Julia de Cartago, mártir.
Santa Joaquina de Vedruna, religiosa
Nació en el año 1783 en el Raval de Barcelona. De joven deseaba ser monja carmelita, pero se casó a los dieciséis años. Viuda con nueve hijos a los treinta y tres, vivió los altibajos del mantenimiento de la familia en unas circunstancias muy delicadas. Se estableció en Vic, en la masía Escorial, que era propiedad de su esposo. Allí se dedicó a la educación de sus hijos, a la administración del patrimonio y a las obras de caridad:
“Dios nos llama continuamente, ¿y nosotros haremos oídos sordos?”
Paralelamente, comenzó una obra de servicio a los enfermos y de educación para las jóvenes, que cristalizó en 1826 con la fundación de una nueva congregación animada por el capuchino fray Esteve de Olot, pero que, por influencia del obispo de Vic, adoptó la regla carmelitana: “las Carmelitas de la Caridad”, conocidas popularmente como “hermanas vedrunas”. Una de sus máximas era:
“Ten paciencia con los defectos de las personas con las que convives: es una forma de ir haciendo bueno nuestro corazón.”
Pasó el resto de su vida entre las relaciones familiares y las necesidades de la congregación. Soportando con serenidad todo tipo de humillaciones, murió afectada por el cólera en 1854 y fue beatificada en 1959.
Santa Rita de Casia, religiosa
Nació cerca del pueblo de Casia, en la región de Umbría, Italia, hacia el año 1371. Campesina, casada y madre de dos hijos que murieron de peste, su esposo —un hombre violento— fue asesinado. Entonces, nuestra santa decidió ingresar en el monasterio agustino de santa Magdalena, donde vivió cuarenta años de vida de oración y devoción a la pasión de Cristo. Fruto de esa contemplación, le aparecieron en la frente las heridas de la corona de espinas del Crucificado, estigma que conservaría hasta su muerte.
Se cuentan muchos milagros de ella, y gozó de gran fama de santidad. Para probar su humildad, la abadesa le mandó regar un tronco seco, y fue premiada con una vid exuberante. El invierno anterior a su muerte, pidió a una prima que le llevara dos higos y una rosa del huerto paterno. La mujer fue, creyendo que deliraba, y se encontró con que, fuera de temporada, habían brotado los higos y la rosa: signos de que Dios había acogido en el cielo a sus hijos y a su esposo. Desde entonces, a santa Rita se la conoce como “la santa de las rosas” y también como “la santa de los imposibles”, porque hizo florecer en pleno invierno un rosal y una higuera.
Después de haber sufrido mucho, encontró la paz eterna en la noche del 21 al 22 de mayo de 1447. Sus últimas palabras, dirigidas a sus hermanas monjas, fueron:
“Permaneced en el santo amor de Jesús. Permaneced en la obediencia de la Santa Iglesia Romana. Permaneced en la paz y en la caridad eterna.”
La preciosa perla de Umbría fue canonizada en el año 1900.
Santa Julia de Cartago, mártir
Cuenta la tradición que santa Julia era una joven nacida y criada en Cartago, en el norte de África, en el siglo V, donde florecía una importante comunidad cristiana. Julia fue capturada por los vándalos en el año 439, cuando la ciudad cayó en manos de Genserico, rey arriano, y vendida como esclava a Eusebio, un comerciante sirio. Fue una esclava dulce, sumisa y devota que sufrió el martirio por haberse negado a adorar a dioses paganos:
“Mi libertad consiste en servir a Cristo, a quien alabo cada día con la pureza de mi alma.”
Sus reliquias fueron trasladadas a Brescia, Italia, donde el papa Pablo I le consagró una iglesia en el año 763.
Última actualització: 22 mayo 2025