El libro de Daniel nos cuenta que Azarías, cuando fue arrojado al fuego hizo una gran y larga oración, en la que recuerda el amor de Dios para con su pueblo, pero ahora mismo no tiene nada material para ofrecer: le ofrece el corazón, para que de nuevo se compadezca y salve a su pueblo. Hasta ahora hemos ensayado una oración personal a partir de la propia experiencia individual. ¿Por qué no ensayamos orar en nombre de todos?
He aquí una propuesta extraída de esta oración de Azarías: «Señor, somos el más pequeño de todos los pueblos; hoy estamos humillados por toda la tierra a causa de nuestros pecados…. Por eso, acepta nuestro corazón contrito y nuestro espíritu humilde, como un holocausto de carneros y toros o una multitud de corderos cebados. Que éste sea hoy nuestro sacrificio, y que sea agradable en tu presencia: porque los que en ti confían no quedan defraudados».