David manda hacer un censo para conocer la potencia de su ejército. (En el fondo es un pecado de soberbia porque no reconoce que las victorias son obras de Dios). Dios a través del profeta Gad quiere castigarlo de tal manera que sea todo su pueblo quien sufra las consecuencias. Cuando comienza a ser ejecutado el castigo, nos dice el segundo libro de Samuel, que «el Señor se arrepintió del castigo» e hizo parar la devastación. También David, al ver la desdicha de su pueblo, consciente de que es él quien lo ha provocado, pide a Dios «carga tu mano contra mí y contra la casa de mi padre». Cuánto mal hace creer que son únicamente por nuestros propios méritos los logros que obtenemos.
Señor, que me acuerde siempre que lo bueno que yo he hecho es obra de vuestras manos.