En el camino que hoy iniciamos hacia la encarnación de Dios, dos ideas no deben ser olvidadas. La primera: «Tú, Señor, eres nuestro padre, tu nombre de siempre es «nuestro Liberador». Y la segunda: «¡Ojalá rasgases el cielo y descendieses! En tu presencia se estremecerán las montañas». Dios, en efecto, es como un padre que esperamos que desde las alturas se acerque para liberarnos de las dificultades. ¿Piensas hacer algo para acogerlo cuando venga a ti?
Señor, sálvanos de nuestra pasividad.