Pedro y Juan conocen que la predicación del misterio de la resurrección de Jesús no es bien aceptada; más aún, es objeto de persecución. Este hecho no los amedrenta, pero se ponen en las manos de Dios. Hoy vemos el contenido de su oración junto con toda la comunidad con quienes han compartido sus trifulcas. Entre otras cosas piden al Señor: «Ahora, Señor, fíjate en tus amenazas y concede a tus siervos predicar tu palabra con toda valentía…» ¿Qué haces de tu coraje a la hora de dar testimonio de tu fe?
Señor, que el entusiasmo de mi fe no se tambalee.