La sabiduría de la fe es el tesoro más preciado que puede tener el que cree. Dar gracias por quien te lo ha enseñado, es darse cuenta de que vienes de una historia. Pero ahora es necesario que sea carne de tu carne: «mi mano abrió sus puertas, la mimaré y la contemplaré».
Señor, que siempre tenga la puerta abierta para Ti; que siempre te guarde con la ternura de saber que te puedo perder; que siempre sepa mirarte como sólo Tú sabes mirarme.