La última lectura de los Hechos de los Apóstoles nos dice que: «Cuando llegamos a Roma, le permitieron a Pablo vivir por su cuenta en una casa, con un soldado que lo vigilaba… Permaneció allí un bienio completo en una casa alquilada, recibiendo a todos los que acudían a verlo, predicándoles el reino de Dios y enseñando lo que se refiere al Señor Jesucristo con toda libertad, sin estorbos». Pablo, prisionero, no para de predicar; y nosotros, ¿qué hacemos? Incluso los que estamos impedidos, como nos lo hace ver Pablo, podemos anunciar la Buena Nueva. ¿Qué más me hace falta?
Señor, dame la fuerza y el coraje de Pablo. Hoy pídelo esto tantas veces como puedas.