Hoy, día 17 de julio, celebramos la festividad de san Alejo, laico; santa Marcelina, virgen; y la beata Teresa de San Agustín.
San Alejo, laico
Nació en Roma a finales del siglo IV en el seno de una familia patricia. Existen diversas tradiciones sobre la vida de san Alejo, como la griega, la siríaca o la latina. Según esta última, Alejo abandonó su casa para vivir como asceta en Siria durante muchos años, subsistiendo de limosnas. Al cabo del tiempo regresó a Roma y vivió como mendigo durante años bajo una escalera sin ser reconocido por su familia. Finalmente, el día de su muerte, las campanas de la ciudad comenzaron a sonar milagrosamente y solo el papa reconoció el hecho e informó a sus padres. Era el año 412. Según otra tradición, murió pobre en un hospital de Edesa.
Santa Marcelina, virgen
Hermana mayor de los santos Ambrosio y Sátiro, recibió del papa Liberio en la Basílica de San Pedro el velo de virgen el día de la Epifanía del año 353. Cuando san Ambrosio fue nombrado arzobispo de Milán, ella se trasladó con él como colaboradora, viviendo en comunidad con otras compañeras, orando y cuidando a los pobres hasta su muerte en el año 397. Su hermano le dedicó el tratado sobre la virginidad.
Beata Teresa de San Agustín y compañeras de Compiègne, vírgenes y mártires
María Magdalena Claudina nació en París en el año 1752, y al ingresar en el Carmelo tomó el nombre de Teresa de San Agustín. A partir de 1792, la Revolución Francesa entró en una fase muy violenta que amenazó al Carmelo de Compiègne, al norte de Francia, donde Teresa de San Agustín era priora. Fueron obligadas a abandonar el monasterio. En 1794, las autoridades detuvieron a las religiosas que seguían viviendo en comunidad en distintas casas y las condenaron a muerte por “fanáticas y sediciosas”. Al preguntar qué significaba “fanatismo”, les respondieron: “vuestro apego a creencias pueriles y a tontas prácticas religiosas”. También fueron acusadas de esconder armas, a lo que la Madre Teresa respondió mostrando su crucifijo: “aquí están las únicas armas que siempre hemos tenido en el convento”.
Durante el tiempo que estuvieron en prisión, la Madre Teresa de San Agustín consoló a todas como buena madre espiritual: “el amor siempre saldrá victorioso; si se ama, todo es posible”.
El día que las llevaron a la guillotina, el 17 de julio de 1794, se puso al frente del grupo cantando himnos. Al pie del cadalso, las 10 monjas, tres hermanas legas y dos sirvientas de la comunidad se arrodillaron una a una ante la priora, le pidieron permiso para morir y su bendición antes de subir y poner la cabeza en manos del verdugo. La priora fue la última en ser ejecutada. Fueron beatificadas en 1906.