Hoy, día 15 de noviembre, celebramos la festividad de: san Alberto Magno, obispo y doctor de la Iglesia; la de san José Pignatelli, religioso; y la de los santos mártires del Paraguay.
San Alberto Magno, obispo y doctor de la Iglesia
Fue un hombre de curiosidad universal, autor de múltiples obras de tema teológico, pero también de toda clase de ciencias de la naturaleza o del espíritu; es considerado uno de los puntos de referencia de la cultura medieval.
Nació hacia el año 1206 en Lauingen, en la Baviera alemana. Estudió artes liberales y filosofía en Padua, donde conoció e ingresó en la orden de los dominicos, a pesar de la oposición de su familia. Amplió sus estudios en Colonia y en París, donde llegó a ser profesor, enseñando según el método escolástico e introduciendo sistemáticamente el estudio de Aristóteles en el pensamiento cristiano. Allí tuvo como alumno a santo Tomás de Aquino, con quien mantuvo una relación de gran respeto y amistad. Luego fue trasladado a Colonia para fundar un Studium Generalis, y llevó consigo a santo Tomás de Aquino, consolidando el modelo dominicano de observación, razón y contemplación.
Escribió tratados sobre teología, la naturaleza y las ciencias experimentales, basándose en el principio de que para comprender la creación era necesario observar directamente la naturaleza, y no solo leer libros, convirtiéndose así en un precursor del método científico: “quien estudia la naturaleza con corazón puro, lee en ella las palabras de Dios”, pero siempre consciente de que “¿cómo podría estudiar las maravillas de la creación si no hablo antes con el Creador?”.
Nunca dejó de estudiar ni de escribir; sin embargo, fue también provincial de los dominicos alemanes y obispo de Ratisbona durante dos años, hasta que dimitió; predicador y profesor dondequiera que era enviado. Trabajó por la paz, pero también la deseó para sí mismo. Ya establecido nuevamente en Colonia, vivió como un simple religioso los últimos años de su vida, que concluyó el 15 de noviembre de 1280. En 1931 fue canonizado y proclamado Doctor de la Iglesia Universal con el nombre de “Doctor Universalis”, por su sabiduría enciclopédica, aunque él mismo decía de sí: “lo que sé, comparado con lo que ignoro, es como una gota de agua frente al mar”.
San José Pignatelli, religioso
Nació en Zaragoza en 1737, hijo de una familia noble aragonesa. Estudiante de humanidades en el colegio jesuita de Zaragoza, en 1753 ingresó en el noviciado de la Compañía de Jesús en Tarragona. En 1766 los jesuitas fueron acusados de haber provocado el levantamiento popular en Zaragoza, como pretexto para decretar, en virtud de la Pragmática Sanción del 4 de abril de 1767, la expulsión de todos los jesuitas de la ciudad y poco después de España. Tras diversas vicisitudes, Pignatelli, junto con su hermano Nicolás, se trasladó a Bolonia, donde vivieron retirados, dedicados a la oración y al estudio.
A pesar de la supuesta desaparición de la orden, durante cuarenta años mantuvo el vínculo con sus hermanos jesuitas y preparó la restauración de la Compañía: “todo lo que quiero es que la Compañía sea restaurada”. Consiguió que en algunos territorios, como el Reino de Nápoles, Sicilia y Cerdeña, la Sociedad de Jesús volviera a funcionar gradualmente. Murió el 15 de noviembre de 1811 en Roma.
Es considerado el segundo fundador de la orden jesuita por haber mantenido vivo su espíritu y preparado su reconstrucción: en 1814, tres años después de su muerte, la Compañía fue restaurada universalmente. Fue canonizado en 1954. Los jesuitas lo celebran el 14 de noviembre.
Santos mártires del Paraguay
A comienzos del siglo XVII, los jesuitas españoles y portugueses fundaron reducciones con el objetivo de evangelizar a los guaraníes y protegerlos de los abusos de los colonizadores y esclavistas. Los misioneros vivían entre los indígenas, aprendían la lengua y establecían comunidades autosuficientes, combinando la labor evangelizadora, educativa y social.
Entre el 15 y el 17 de noviembre de 1628, mientras protegían las misiones que habían ayudado a fundar, murieron martirizados tres jesuitas: san Roque González de Santa Cruz, san Alonso Rodríguez y san Juan del Castillo. No huyeron, sino que permanecieron firmes en la fe, tal como dijo el mismo san Alonso: “si Dios quiere que muramos por su gloria y por estos pueblos, hágase su voluntad”. Los tres fueron canonizados juntos en 1988.

