Hoy, día 15 de diciembre, celebramos la festividad de: san Valeriano, obispo; de san Urbicio, ermitaño; y la de Santa María Medianera.
San Valeriano, obispo
Fue obispo de Avensa, en la actual Túnez, y hacia el año 457, cuando tenía más de ochenta años, el rey vándalo Genserico, que ocupaba la región y era arriano, le exigió que entregara todos los libros y objetos del culto. Al no hacerlo, lo expulsó de su sede y prohibió que nadie le diera alojamiento ni en la ciudad ni en el campo, de modo que durante mucho tiempo tuvo que vivir en medio de la calle, continuando animando e instruyendo a los fieles hasta que murió como confesor de la fe.
San Urbicio, ermitaño
Es un santo del siglo VIII nacido en Burdeos, Francia. Cuando era adolescente fue capturado junto con su madre por los invasores islámicos y trasladados a la Península, donde fueron esclavizados. Atribuyendo su liberación a los santos Justo y Pastor, una vez libre peregrinó a Alcalá de Henares y, al ver las reliquias en peligro, se las llevó consigo al Pirineo, retirándose como ermitaño a una cueva en la sierra de Guara (Huesca). Según la tradición, podía hablar con los lobos y otras bestias salvajes, a las que pedía que respetaran el ganado de los campesinos. Murió hacia el año 802, casi centenario. Posteriormente, sobre el lugar de su ermita se construyó el monasterio de San Úrbez de Serrablo.
Santa María Medianera de todas las Gracias
Esta advocación dedicada a la Virgen es muy antigua y cuenta con muchas iglesias dedicadas. Este título se reconoce en algunos documentos oficiales de la Iglesia, y a partir de 1921 se introdujo en la liturgia en el apéndice del Misal Romano para celebraciones en ciertos lugares. Evidentemente, esta mediación siempre debe comprenderse de forma subordinada a Cristo, que es el único Mediador en sentido principal. Esta mediación de santa María no se entiende como una distribuidora de bienes o energías espirituales separadas de la relación con Cristo, ni como un complemento para que Dios pueda obrar con mayor riqueza y belleza, sino más bien como una intercesión maternal que abre los corazones a la gracia de Dios.

