Hoy, día 13 de septiembre, celebramos la festividad de:
San Juan Crisóstomo, obispo de Constantinopla y doctor de la Iglesia
Nacido en Antioquía hacia el año 350, de joven recibió una buena formación humanística y cristiana. Bautizado ya de adulto, llevó durante seis años una vida eremítica en una cueva, y posteriormente entró a formar parte del clero de Antioquía, donde se convirtió en el brazo derecho del obispo Flaviano.
En esa época destacó como predicador, y por eso se le conoce con el sobrenombre de Crisóstomo, es decir, «boca de oro»:
“Pensaba que estaríais hartos de mis sermones, porque hablo demasiado. En cambio, me doy cuenta de que ocurre lo contrario: la larga duración del discurso no fue causa de fastidio, sino que sirvió para aumentar el deseo de escuchar (…) El domingo pasado (…), al alargarse excesivamente mi discurso, como nunca antes, muchos creyeron que vuestro fervor se enfriaría (…) pero sucedió lo contrario: vuestro corazón no hacía más que encenderse y vuestro deseo volverse más ardiente. ¿Cómo lo sé? Porque hacia el final del sermón, vuestros aplausos fueron más ruidosos y vuestras aclamaciones más fuertes”.
Nuestro santo se sitúa entre los Padres más prolíficos de la Iglesia, y es considerado, junto con san Basilio y san Gregorio Nacianceno, uno de los tres jerarcas más importantes de la tradición litúrgica bizantina.
En el año 397, tras la muerte del patriarca de Constantinopla, fue elegido su sucesor. Con un gran talento práctico y organizador, supo mantenerse por encima de las intrigas de la ciudad imperial, pero su actitud justa y coherente le granjeó enemigos poderosos:
“Ciertamente, muchos no paran de decirme: «Estás atacando a los ricos». ¡Son ellos los que atacan a los pobres! ¿Yo ataco a los ricos? No, ataco a los que hacen mal uso de su riqueza. No me canso de repetir que no condeno al rico, sino al ladrón. Una cosa es el opulento y otra el avaro. Distingue las cosas y no confundas lo que no debe confundirse. ¿Eres rico? ¡Enhorabuena! ¿Eres ladrón? ¡Te condeno! ¿Disfrutas de lo que es tuyo? ¡Adelante! ¿Te apropias de lo ajeno? ¡No callaré! ¿Quieres apedrearme? Estoy dispuesto a derramar mi sangre si con ello evito tu pecado”.
Por sus críticas a los cargos políticos y eclesiásticos, y la claridad de sus homilías, fue desterrado por primera vez en el año 403, aunque las revueltas populares permitieron su regreso. Al año siguiente comenzó una persecución contra él y sus seguidores, conocidos como «joanistas», y fue nuevamente exiliado a Armenia. En el año 407 debía trasladarse al Ponto, pero murió durante el viaje, en la ciudad de Comana.
Sus últimas palabras fueron: «¡Gloria a Dios por todas las cosas!». Poco después, su figura fue rehabilitada y sus restos trasladados de nuevo a Constantinopla en el año 438. Fue proclamado doctor de la Iglesia en el año 451.