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Viernes Santo. Celebración de la Pasión del Señor (29 marzo 2024)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (29 marzo de 2024)

Isaías 52:13-53:12 / Hebreos 4:14-16; 5:7-9 / Juan 18:1-19:42

 

De pasión a pasión como le decía el domingo. Acabamos de escuchar queridos hermanos y hermanas por segunda vez, en la versión de San Juan, la pasión de Jesucristo: el relato de sus últimas horas y de su muerte.

No podemos acostumbrarnos a escuchar el relato del abandono, de las torturas y de la muerte del Señor y quedarnos igual. Si el domingo de Ramos hablaba de solidaridad constatada en la historia y ayer, jueves, de solidaridad activa en la memoria actualizada en cada eucaristía, hoy quisiera proyectar esta solidaridad al futuro, porque hoy, después de esta celebración entraremos en el silencio, mañana sábado santo, no hablaremos, no voy a hablar ni yo, que tengo la impresión de que, con las cinco homilías que predico esta semana, no paro nunca de hablar. El fin del oficio de hoy, con la retirada incluso de la reserva eucarística de la Iglesia nos introduce en un ambiente en el que toda nueva acción de Dios sólo puede ser esperada.

Jesucristo ha muerto en la cruz, y aunque la presencia de la cruz sobre nuestro altar nos lo recordará todo el día de mañana, en el Evangelio, le hemos dejado enterrado, sepultado, ausente incluso en la realidad del su cuerpo muerto.

Me he dado cuenta de que se predica muy poco sobre el sábado Santo. Hoy parece que debemos quedarnos con todo lo que Jesucristo sufrió y en la noche de Pascua, ya hemos pasado página. Un biblista contemporáneo ha calificado el sábado Santo de tierra de paso, tierra de tráfico, momento privilegiado para esperar, cuando la esperanza sólo podía fundamentarse en alguna palabra o indicio de Jesús, que ciertamente sus discípulos principales sólo creyeron a medias.

Os invito a pensar sobre la intensidad del silencio que envuelve ese día de mañana. Un silencio muy lleno, rebosante de todo lo que hemos oído. La lectura en los Hebreos retomaba muchos temas que habíamos encontrado en la carta a los Filipenses que leímos el domingo de Ramos: la solidaridad de Jesús, su capacidad de acogida y compadecerse, sus sentimientos humanos que le llevaban a suplicar a Dios. Es hermoso que el modelo de Jesús como sacerdote que nos presenta sea éste: compadecerse, acoger, orar.

Jesucristo hace esto sobre todo por quienes más lo necesitan, por quienes más sufren. Hay una palabra de la Pasión de este año que más profundamente me ha resonado:

¿Por qué me pegas? Seguro que todos, también los escolanes, alguna vez habéis pensado y oído que alguien os hacía algo que no merecíais. Pensemos en alguien como Jesús, capaz de todo, que también sufre que alguien le pegue, que alguien le insulte y no se vuelve a él, sino que responde de la manera más humana posible: pide el porqué, pide una razón posible a la violencia. Y no encuentra ninguna. Tenemos un Dios que es capaz de compadecerse, decía la Carta a los Hebreos, tenemos un Dios que es capaz de decir por qué me pegas después de recibir una bofetada.

¿Por qué me pegas? Porque me tiras una bomba o porque me matas, podrían decir los niños de Gaza o de Ucrania, de Sudán, del Congo, de tantos lugares, de tantos suburbios del mundo. ¿Por qué me haces cualquier tipo de violencia podrían decir tantas víctimas? Lo dirían si pudieran hablar después de haber sufrido, cosa que no ocurre normalmente, ya que no suele haber palabra después de la muerte y de la destrucción. Quizá por eso quienes tenemos todavía la capacidad de hablar podemos levantar la voz y preguntar: ¿Por qué se pega a todos aquellos preferidos de Cristo que comparten su pasión? Y todavía podemos escandalizarnos que los seres humanos no hayamos conseguido, imitando a Jesucristo, de llevar la resolución de los conflictos de la violencia a la palabra. Tampoco lo logró Él, pero con su pregunta nos ha dejado al menos la denuncia contra toda violencia ejercida contra un inocente. Su pregunta: “Por qué” se convierte hoy en una inusual actualidad.

El silencio de tantas víctimas después de la muerte, es como el silencio del sepulcro de Cristo. Espera esta solidaridad definitiva que Él mereció para sí mismo y mereció para nosotros. La mereció porque también como hombre obedeció libremente, oró y Dios lo escuchó. La consiguió para nosotros porque su obediencia era totalmente gratuidad que nos salva, porque ofreció su vida y su muerte a pesar de su inocencia, en coherencia y por eso lo tenemos por víctima inocente capaz de ponerse en el sitio de cada una de las víctimas y como sacerdote que intercede por toda injusticia que se comete en el nuevo Israel de Dios.

La Carta a los Hebreos nos dice que nos acerquemos a Dios para pedirle ayuda, que él nos la concederá en un buen momento, en el momento adecuado, cuando sea la hora, en el “eukairon”. Forma parte del misterio del mal en el mundo que este Sábado Santo sea tan largo en algunas situaciones y que no entendamos qué espera Dios para pensar que es el buen momento.

El mundo reproduce toda la pasión de Jesucristo que yo os he propuesto sintetizar en este “por qué me pegas”.

Necesitamos mantener la esperanza. El Sábado Santo termina en la noche de Pascua cuando entramos en otra dimensión. En nuestras vidas, esta tierra de tránsito, también acabará con una muerte que desde este lado nos parecerá que no cumple nada, por eso nuestra fe se lo juega todo en confiar en que este silencio es preparación para un día totalmente diferente, la noche y el día de Pascua, en la que la solidaridad histórica, la actualizada y la esperada serán una sola cosa en el cumplimiento definitivo de nuestra esperanza, por eso, a pesar de este silencio, hoy todavía nos reunimos en nombre de Cristo resucitado y al mismo tiempo que lo veneramos en la cruz, participamos de su cuerpo y su sangre que son el sacramento de su resurrección.

Pero no avancemos eventos. Respetamos el tempo y lo que especialmente la Iglesia nos propone celebrar: el silencio profundo del gran sábado.

 

Última actualització: 30 marzo 2024