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Fiesta del Bautismo del Señor (8 de enero de 2023)

Homilía del P. Ignasi M Fossas, monje de Montserrat (8 de enero de 2023)

Isaías 42:1-4.6-7 / Hechos de los Apóstoles 10:34-38 / Mateo 3:13-17

 

Queridos hermanos y hermanas: me permito empezar esta homilía reproduciendo un fragmento de la que, predicó el papa Benedicto XVI en la fiesta de hoy en 2008. Merece la pena recordar sus palabras porque expresan con profunda claridad el misterio que hoy celebramos. Decía Benedicto XVI: 

Acabamos de oír el relato del bautismo de Jesús en el Jordán. Fue un bautismo diverso del que estos niños van a recibir, pero tiene una profunda relación con él. En el fondo, todo el misterio de Cristo en el mundo se puede resumir con esta palabra: “bautismo”, que en griego significa “inmersión”. El Hijo de Dios, que desde la eternidad comparte con el Padre y con el Espíritu Santo la plenitud de la vida, se “sumergió” en nuestra realidad de pecadores para hacernos participar en su misma vida: se encarnó, nació como nosotros, creció como nosotros y, al llegar a la edad adulta, manifestó su misión iniciándola precisamente con el “bautismo de conversión”, que recibió de Juan el Bautista. Su primer acto público, como acabamos de escuchar, fue bajar al Jordán, entre los pecadores penitentes, para recibir aquel bautismo. Naturalmente, Juan no quería, pero Jesús insistió, porque esa era la voluntad del Padre: “Soy yo quien necesito que tú me bautices. ¿Cómo es que tú vienes a mí?”, pero Jesús insistió, porque aquélla era la voluntad del Padre: “Accede por ahora a bautizarme. Conviene que cumplamos así todo lo bueno de hacer”. 

¿Por qué el Padre quiso eso? ¿Por qué mandó a su Hijo unigénito al mundo como Cordero para que tomara sobre sí el pecado del mundo? (cf. Jn 1, 29). El evangelista narra que, cuando Jesús salió del agua, se posó sobre él el Espíritu Santo en forma de paloma, mientras la voz del Padre desde el cielo lo proclamaba “Hijo predilecto” (Mt 3, 17). Por tanto, desde aquel momento Jesús fue revelado como aquel que venía para bautizar a la humanidad en el Espíritu Santo: venía a traer a los hombres la vida en abundancia (cf. Jn 10, 10), la vida eterna, que resucita al ser humano y lo sana en su totalidad, cuerpo y espíritu, restituyéndolo al proyecto originario para el cual fue creado.

El fin de la existencia de Cristo fue precisamente dar a la humanidad la vida de Dios, su Espíritu de amor, para que todo hombre pueda acudir a este manantial inagotable de salvación. Por eso san Pablo escribe a los Romanos que hemos sido bautizados en la muerte de Cristo para tener su misma vida de resucitado (cf. Rm 6, 3-4). Y por eso mismo los padres cristianos, como hoy vosotros, tan pronto como les es posible, llevan a sus hijos a la pila bautismal, sabiendo que la vida que les han transmitido invoca una plenitud, una salvación que sólo Dios puede dar. De este modo los padres se convierten en colaboradores de Dios no sólo en la transmisión de la vida física sino también de la vida espiritual a sus hijos. Hasta aquí las palabras de Joseph Ratzinger.

Otro elemento a considerar del Bautismo del Señor es su dimensión cósmica. La “inmersión” de Cristo en las aguas del Jordán ha santificado todas las cosas creadas. La redención que ha llevado a Jesucristo por su pasión, muerte y resurrección afecta no sólo a los hombres y mujeres de todos los tiempos, sino también a la creación entera. Precisamente tratando este tema, el propio Benedicto XVI decía también: El bautismo no es sólo una palabra; no es sólo algo espiritual; implica también la materia. Toda la realidad de la tierra queda involucrada. El bautismo no atañe sólo al alma. La espiritualidad del hombre afecta al hombre en su totalidad, cuerpo y alma. La acción de Dios en Jesucristo es una acción de eficacia universal. Cristo asume la carne y esto continúa en los sacramentos, en los que la materia es asumida y entra a formar parte de la acción divina. (homilía por la fiesta del bautismo del Señor de 2007).

Por eso también la creación es susceptible de la salvación que nos viene de Cristo. Como dice también una antífona de la fiesta de hoy, Dios purifica, en Cristo, todas las cosas creadas con el Espíritu y el fuego (Laudes). Esta realidad llega a su punto culminante en la celebración de la Eucaristía. En el sacramento del pan y del vino, estos elementos que forman parte de la creación caída son santificados por el Espíritu Santo y se convierten en el cuerpo y sangre de Nuestro Señor Jesucristo. Con la comunión nosotros también participamos de esa corriente de vida y de gracia que brota del lado abierto del Señor. Que Él nos llene con su luz y nos haga el don de adorarle todos los días de nuestra vida. Dad al Señor gloria y honor, honrad al Señor, honrad su nombre, adorad al Señor, aparece su santidad.

Última actualització: 17 enero 2023