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Domingo de Ramos y de Pasión (10 de abril de 2022)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (10 de abril de 2022)

Isaías 50:4-7 / Filipenses 2:6-11 / Lucas 22:14-23.56

 

Bien podríamos decir, queridas hermanas y hermanos, de la misa de hoy que es la celebración de los contrastes. En una sola liturgia de la Palabra, en el devenir del evangelio leído antes de la procesión, de las dos lecturas y de la lectura de la Pasión, hemos pasado de proclamar a Jesús como Mesías a dejarlo solo en un sepulcro. En la narración de la vida de Jesús de Nazaret encontramos a menudo este contraste, necesario para explicar algo difícil: ¿quién es Él? Las lecturas de hoy nos lo quieren decir en tres momentos:

El primer momento nos remite a Navidad. ¿A Navidad? ¿Hoy? Sí. Fijémonos en un detalle que sólo leemos este año, que la liturgia nos propone en la versión de San Lucas. Entre los gritos que acompañaron la entrada a Jerusalén, hemos escuchado: “Paz en el cielo y Gloria en las alturas”. ¿No os suena a Navidad? Sí. Es una frase muy parecida a la que decían los ángeles en el anuncio a los pastores: “Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra”. Jesús es la presencia absoluta de Dios en una persona humana, su Encarnación y éste es el mensaje de Navidad. Nada de lo que ocurrirá a partir de ahora puede hacernos olvidar ante quienes estamos realmente.

El segundo momento tiene un contexto más histórico. Explica la continuidad que existe entre este Jesús, en el que Dios que se ha hecho hombre, y el Mesías, el ungido, Cristo, el esperado de Israel, que entra en la ciudad real de Jerusalén, cumpliendo las profecías del Antiguo Testamento, como hemos recordado en este momento entrañable de la bendición de los ramos y de la procesión. Si le confesamos como Hijo de Dios lo confesamos también como Mesías. Un título más fácil de aceptar por sus contemporáneos, que estaban plenamente familiarizados con la figura de este Ungido, Hijo de David, que debía venir a salvar al pueblo.

El tercer momento es el de la gran ruptura. Jesús se separa de la identificación de sus contemporáneos con todo lo que esperaban del Mesías. Lo rompe y es aquí donde está la gran novedad. En su Pasión nos dice quién es. Nos dice que por el mismo título por el que es aclamado cuando entra en Jerusalén: Rey de los judíos, es crucificado y dejado solo en un sepulcro: a la espera, que es donde nos deja la liturgia de la Palabra de hoy: esperando.

¿Cómo es posible que un Dios y un Mesías acaben tan mal?

Precisamente porque Dios se revela en Jesucristo, una parte importante de su mensaje, de su evangelio, es proclamar que su mesianismo debe entenderse de manera diferente. No renunciamos a nada de su mesianidad, de su carácter absoluto como Hijo de Dios bajado y hecho hombre, como la segunda lectura nos presentaba, pero necesitamos reconocer al mismo tiempo, que, en el relato de la pasión, este Jesús nos transforma la idea de ser rey, la idea de poder, la propia idea de Dios.

Es un Dios y un Mesías que se deja torturar, sin ejército, con tan débiles seguidores, tan poco líder, diríamos hoy. Él nos enseña que nuestro Dios más que en títulos se hace totalmente presente en un hombre que destaca por tres virtudes:

  • la humildad, visible en tantos momentos de su vida;
  • la coherencia y la resistencia en la proclamación de su mensaje ante todos los demás poderes de este mundo, hasta la muerte si es necesario;
  • la comunión llena de misericordia con toda la debilidad humana que encontramos en tantos y tantos otros ejemplos del evangelio, y que hemos escuchado en el relato de la pasión de una manera especial en el ladrón crucificado a su lado y perdonado, en las mujeres de Jerusalén que lloran, e insuperablemente en su perdón desde la cruz a quienes le estaban crucificando.

¿Y a nosotros? ¿Qué nos enseña este contraste que nos hace capaces, en tanto que humanidad, un día proclamar a Jesús como Mesías, y al cabo de cinco días, crucificarlo? No nos engañemos: lo que hemos leído no es sólo una historia de aquel tiempo que debemos mirar desde lejos. Así como nosotros podemos pensar que nunca lo haríamos, que no seríamos capaces, también podría ser que todos los que le aclamaban el domingo, no imaginaran que gritarían: crucificarlo, crucificarlo, el viernes.

Poco vale decir que se confundían. Que pusieron las expectativas en una persona equivocada. Quizás algunos sí, pero no todos. No excusemos tan fácilmente nuestra capacidad de cambiar, de dejarnos arrastrar. Los dramas y los conflictos de todo tipo presentes en el mundo son una prueba irrefutable.

También el evangelio de la entrada en Jerusalén nos ha hablado de sus “adictos”, por tanto, una parte de la aclamación no era a un personaje desconocido, sino a un predicador y profeta que ya había predicado un mensaje renovador. La actitud de los fariseos nos lo confirma. Ellos eran los verdaderamente asustados en aquella aclamación que consagraba una manera de comprender a Dios diferente a la suya. La petición de los fariseos a Jesús es otro detalle propio del evangelio de Lucas: diles a tus seguidores que se callen. La respuesta de Jesús le coloca nuevamente en su lugar absoluto: “si estos callaran, gritarían las piedras”. Si algo no se cuestiona es quién es él. Esto no depende en absoluto de lo griten o dejen de gritar los demás.

Esta idea la comprenderéis bien con un ejemplo (Esto, los escolanes lo entenderán muy bien). Hoy muchas personas se consideran importantes si tienen muchos seguidores, que tu fama dependa de tus fans, de tus likes, de tus suscriptores es propio de youtubers, de influencias, de telepredicadores y de tantos personajes de feria que nos invaden constantemente. Pero Jesús a pesar de ser un “influencer”, seguro que lo más importante de la historia, no depende ni siquiera de la opinión de sus seguidores. Le gusta tener seguidores, claro que sí, pero es libre incluso respecto a ellos. Jesús de Nazaret fundamenta todo su mensaje en su persona y su persona se fundamenta en Dios mismo. De lo contrario, sería imposible la propuesta de vida, cada día más contracultural que nos hace. A diferencia de tantos personajes no esconde el dolor que sufrió hasta el punto que le cantamos, como haréis en el ofertorio con la capella, con las palabras del profeta Jeremías: Oh vos omnes qui transitis per viam…, oh todos vosotros que camináis por el camino, paraos y mirad si hay un dolor parecido al dolor que me aflige. ¿Qué Dios ha sido capaz de decir algo así?

El domingo de Ramos es por su contraste entre grandeza y humildad, entre la gloria y la cruz, un toque de atención, queridos hermanos y hermanas, a nuestras contradicciones y ambigüedades y un llamamiento a estas actitudes básicas de Jesús que el relato de la Pasión nos va revelando, y entre las que os recordaba, la humildad, la coherencia y la misericordia.

A pesar de haber dicho que la liturgia de la Palabra nos dejaba en la puerta de un sepulcro esperando. Nuestra celebración no termina aquí. Sigue recordando al Jesús vencedor, presente en el pan y en el vino, los dones de la Pascua. Entremos en este misterio, más que nunca en este inicio de la Semana Santa

Última actualització: 13 abril 2022