Homilía del P. Bonifaci, monje de Montserrat (29 de enero de 2023)
Sofonías 2:3; 3:12-13 / 1 Corintios 1:16-31 / Mateo 5:1-12
Hoy, en nuestra celebración dominical, todavía resuena aquella manifestación de pobreza y humildad del misterio de Navidad. Porque Navidad no podía ser sino la puerta de entrada de Cristo que venía a instalar el Reino de Dios, Reino de pobreza y de humildad, porque es esto lo que nos revela cómo es Dios. Dios es amor, y el amor es humilde y no busca su provecho, sino el de aquél que ama. Y el Hijo de Dios se rebajó, se hizo hombre y murió pobre, de la manera más ignominiosa, en manos de los poderosos, por nuestro amor. Pero el Padre confirmó su mensaje y su vida sentándolo a su derecha.
No es, pues, nada extraño que el fundamento del mensaje del Reino sean las Bienaventuranzas, que resumen la forma de vida que Dios quiere que vivamos los hombres. Una forma de vida totalmente contraria al ideal de vida que los hombres siempre han querido construir y proponer.
Hoy tenemos un texto profético que nos predice: Buscad al Señor los humildes. Y San Pablo dice a los cristianos de Corinto: Dios ha escogido lo que no cuenta, de modo que nadie pueda gloriarse en la presencia del Señor. El que se gloríe, que se gloríe en el Señor.
Las bienaventuranzas nos hablan de pobreza, de humildad, de bondad, de pasar hambre, de estar tristes, de ser compasivos, de tener el corazón limpio, de poner paz y de ser perseguidos por el nombre de Cristo. Valores que el mundo desestima.
¿Por qué esa insistencia de la Palabra de Dios? Sencillamente, porque es lo que nos ha venido a revelar a Cristo que nos trae la voluntad de Dios. Él no hacía sino revelar al Padre. Quien me ve a mí, ve al Padre. Yo no hago sino lo que me dice el Padre. Y, de hecho, la trayectoria de la vida de Cristo está marcada por el camino de la pobreza y de la humildad: empieza a predicar, no en grandes ciudades, sino en las aldeas de Galilea, elige a colaboradores de entre la gente sencilla, ignorante, pobre. Él mismo fue un trabajador hasta que inició el ministerio de la predicación del Reino. Nunca quiso hacerse de ningún movimiento social o político, ni ser proclamado profeta, o rey. Venía sólo a dar testimonio de la verdad, de la voluntad del Padre de salvar a los hombres. Su poder era hacer el bien a los desamparados, perdonar pecados, liberar de demonios, conducir al Padre. Fue la imagen del Padre, reveló el Reino del Padre.
El Dios que nos hemos formado los hombres, en cambio, es un Dios sublime, separado, que impone temor, juez supremo, Ser perfecto, pero que nos hace ver a nosotros imperfectos. Pero el Dios que nos revela Jesús no tiene esta imagen. Es todo lo contrario: es en Jesús que Dios se manifiesta y se revela. Quien ve a Jesús ve cómo es el Padre. Y Jesús nos invita: ‘Venid a mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro reposo’. ‘Yo no quiero la muerte del pecador, sino que se convierta y viva’. ‘He venido a salvar, no a condenar’. ‘No tengáis miedo, el Padre quiere daros el Reino’. “Cree en mí y cree también en el Padre, y donde yo estoy estaréis vosotros”. ‘Como el Padre me ha amado, así os he amado yo’.
Si queremos ser discípulos de Cristo, sigamos, pues, sus huellas: Porque el que ama la vida, la perderá, y el que la pierde por mí, la recobrará. ¿Qué ganaríamos de tener todos los bienes del mundo si perdiéramos la vida? Sigamos, pues, la pobreza, la humildad, la bondad, el amor desinteresado, busquemos servir a los demás. Y, quien quiera ser mayor, que se haga servidor de todos. No existe un camino más seguro. Dios nos lo recompensará. Nos dirá: ”Venid, bendecidos de mi Padre, entrad en el Reino que os estaba preparado desde la creación del mundo”.
Última actualització: 29 enero 2023