Hoy vemos como David tuvo una oportunidad inmejorable para poder eliminar a Saúl, aquel que precisamente había salido del palacio para matar a David, era, pues, el enemigo. David, en cambio, no quiere destruirlo. La razón que da David es ésta: «que el Señor pague a cada uno según su justicia y su fidelidad… yo no he querido extender mi mano contra el ungido del Señor». ¿Quién es para mí el enemigo? Para Dios todo hombre y toda mujer es imagen de Dios, como nos proclama en Gén 1, 26. Ante aquel que se manifiesta enemigo, ¿qué quiero hacer, y qué debo hacer?
Señor enséñame a ser como Tú, que no haces diferencias entre si es enemigo o si es amigo, cuando voy repitiendo «el Señor es compasivo y misericordioso».
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