Vigilia Pascual (8 de abril de 2023)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (8 de abril de 2023)

(…) / Romanos 6: 3-11 / Mateo 28:1-10

 

Una vez, un amigo me explicó que participando en una vigilia pascual con una persona no cristiana, ésta le preguntó: ¿Realmente toda esa gente cree que alguien puede resucitar?

Tal como está propuesta, incluso yo compartiría algo, queridas hermanas y hermanos, de la pregunta porque tiene algo de trampa. Puesto que la cuestión no es si alguien puede resucitar, sino que Jesucristo ha resucitado, esto es lo que nosotros creemos y con nosotros muchos millones de hermanos y hermanas en todo el mundo.

Esta noche la reservamos a esto, a celebrar que Jesucristo ha resucitado. La separamos de las otras noches, la alargamos, durmiendo un poco menos. ¡Y si fuéramos monjes orientales no dormiríamos nada! Nuestra fe tiene su centro en esta Vigilia y todo lo que nosotros creemos hoy: el ser de la persona de Jesús de Nazaret, su evangelio, la Iglesia, la belleza de la liturgia que hemos ido enriqueciendo durante los siglos, pero no hablar de la música y el arte cristiano y de la influencia de nuestra fe en toda la cultura y el pensamiento contemporáneo; todo, todo comienza en esta noche, en una resurrección que transforma la vida de un predicador y profeta, que a pesar de las interesantísimas cosas que dijo, las curaciones y los milagros que hizo, probablemente habría acabado como un perfecto desconocido si no hubiera resucitado.

Hoy, esta noche de Pascua del año 2023, después de tantos siglos de tradición, podría parecernos que todo es algo apoteósico, pero si volvemos a los orígenes, veremos que este camino de la fe en la Resurrección de Jesucristo no fue tan fácil. Empezó con el testimonio de una mujer, de dos mujeres, de dos discípulos…, un testigo que en el primer momento costaba mucho creer; ¡más o menos como ahora! ¡Había que ir y verlo! Y fueron.

Menos mal que el Señor es perseverante y no sólo resucitó, sino que se apareció bastantes veces para acabar convenciendo a una comunidad de discípulos suficiente para asegurar esta fe, que se nos ha transmitido hasta el día de hoy. Una fe que, a pesar de nuestra percepción europea, nunca ha parado de crecer.

Como le decía al principio. La resurrección que celebramos no es la de alguien cualquiera que resucita. Es la del Hijo de Dios que en Navidad celebrábamos como la Palabra de Dios venida al mundo. Que ese Dios venido a la tierra no podía morir parece lógico. Forma parte de un plan que comienza en la Creación y va avanzando abriéndose paso en multitud de circunstancias humanas e históricas. Pero que la resurrección sea parte de la historia y no una idea teológica, es lo que la hace fuerte, real, que da a Jesús la atracción para ser seguido.

La celebración de hoy reúne presente, pasado y futuro.

Pasado porque hemos escuchado algunos momentos de ese plan de Dios que siempre apunta a la vida, en la Creación, en el sacrificio de Isaac, en el paso del Mar Rojo, en las profecías…, el mensaje siempre es que Dios vence y que la libertad, y la vida no pueden deshacerse. No podía ser pues de otra manera por este Hijo amado, Jesucristo, que como Palabra de Dios ya estaba presente en todos estos momentos de vida, lucha y esperanza del Pueblo de Israel.

Presente, por la misma resurrección de Cristo, que hemos significado con el encendido del cirio Pascual, la entrada en la Iglesia en medio de la oscuridad y el canto del Exultet. Sí, esto siempre está presente porque hoy es el día en que ha obrado el Señor. Sólo afirmando que quien resucita no es alguien anónimo, puede entonces la resurrección convertirse en la esperanza para todos los que nos hemos unido a Jesucristo por el bautismo. En Jesucristo resucitado Dios nos está esperando. Desde toda la eternidad, durante toda la historia, Dios nos espera a cada uno de nosotros.

Todos estamos llamados a revivir la fe de aquellas mujeres que vieron al resucitado y tuvieron miedo y quizás alguna duda sobre qué ocurría. Quisiera que nos hiciéramos conscientes de que el núcleo de nuestra fe, en tanto que acto humano, comienza a menudo en esta duda y ese miedo a aquellas mujeres humildes. La gran celebración de esta noche llega para ayudarnos a fortalecer nuestra fe, para centrarla en lo esencial: Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo, pero nunca se puede quedar encerrada en sí misma como un vigilia bonita y suficiente.

Futuro porque Dios os está esperando a vosotros David y Cinto. Vosotros habéis hecho, como corresponde a chicos de vuestra edad, el camino hacia la fe en Jesucristo resucitado. Y estáis en el corazón de esta noche, la proyección más importante que podríamos hacer hacia el futuro, porque representáis con todos los más jóvenes que estáis aquí, el mañana de nuestra Iglesia. Os incorporaréis a la familia de los bautizados, recibiréis el Espíritu Santo y participaréis por primera vez de la Eucaristía. Seréis llamados a vivir como cristianos en la Escolanía, donde todos sus compañeros también participan de la fe. Todos los escolanes añadís a la vocación de quienes se bautizan, la de compartir una vida de escuela, de amistad y de preparación para la vida en medio de un grupo de chicos que como vosotros, sus padres y madres han querido que estuvierais unos años aquí, en Montserrat. Montserrat es un lugar de fe, donde muchos peregrinos vienen a celebrar cada día la Pascua, que recordamos en nuestra misa y otros vienen a rezar o quizás acaban orando gracias a vosotros, aunque venían para otra cosa.

Aunque no os lo parezca todos vosotros, no sólo David y Cinto, sois como aquellas dos mujeres, como aquellos dos discípulos de Emaús que decían: El Señor ha resucitado y sabemos, porque tenemos testimonios de ello, que vuestro canto ha sido a veces el principio de la fe de algunas personas. 

Sé que los más pequeños habéis trabajado hoy una cruz, que al principio no significaba mucho, pero que habéis ido pintando, y pegando flores, la habéis llenado de vida. Muchos caminamos ayer juntos detrás de la Cruz, acompañando a Jesús crucificado. La verdad es que él os acompaña a vosotros y puede hacer si confiáis, que algunas dificultades que os encontraréis en la vida, que son estas cruces vacías y frías, se vuelvan cruces llenas de vida si sois capaces de mirarlas y de transformarlas como habéis hecho en la actividad de hoy que ahora presentaréis. Esta noche celebramos esto: que esa Cruz donde estaba Jesús muerto, ahora representa a Jesús vivo y vencedor de la muerte.

A vosotros, pues los más jóvenes, y a todos, Cristo nos llama hoy a comprometernos en su seguimiento. Por eso renovamos en medio de esta noche nuestras promesas bautismales y hacemos una apuesta por el futuro. Por un futuro más evangélico. Necesitamos creer en Dios y en la Paz. Ayer y hoy el mundo se ha levantado con otras dos amenazas de guerras: Una en la frontera entre Israel y el Líbano, muy cerca de Nazaret, de las fuentes del Jordán, donde Jesús fue reconocido como Mesías por sus discípulos, y otros lugares tan importantes para la fe y aún otra amenaza en los límites entre China y Taiwán. ¡Porque al Reino de Dios le cuesta mucho avanzar en la historia! ¿Y qué podemos hacer nosotros? Intentar ser constructores de paz. Intentar ser solidarios. Hoy volveremos a hacer una colecta a favor de Caritas, conscientes de que los conflictos comienzan tantas veces en las dificultades y en las exclusiones más básicas, y que también es importante que procuremos equilibrar un poco todas las diferencias que el mundo genera automáticamente pero que son tan contrarias a la voluntad de Dios.

Continuemos esta celebración con fe agradecida porque creemos en Jesucristo resucitado, y en todo lo recibido, con esperanza renovada porque esta resurrección del Señor nos abre las puertas de un futuro mejor, tanto personal como colectivamente y roguémosle que en esta eucaristía nos renueve en nuestra capacidad de amarle cada día más a Él y a todos nuestros hermanos y hermanas.

 

 

Abadia de MontserratVigilia Pascual (8 de abril de 2023)

Vigilia Pascual (16 de abril de 2022)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (16 de abril de 2022)

(…) / Romanos 6: 3-11 / Lucas 24:1-12

 

Algunas veces, queridas hermanas y hermanos, cuando tienes que hacer una homilía, cuesta encontrar temas o que la liturgia que corresponde comentar, te inspire alguna palabra. Esta noche es todo lo contrario: la riqueza de signos y de textos con la que celebramos esta vigilia Pascual, hacen más bien que personalmente oscile entre la duda de explicar tanto como sea posible o de decirme: ¿puedo realmente añadir alguna cosa a lo que la misma celebración ya explica extensamente tan admirablemente, tan insuperablemente?

Una cosa sorprendente de esta noche es que la llenamos de significado para explicar la resurrección de Jesucristo, que aconteció de hecho en el silencio, en la soledad, casi diría yo en aquel anonimato que el Pregón Pascual expresa tan bien cuando canta: Oh noche bienaventurada, sólo tú supiste la hora en que Cristo resucitó de entre los muertos. Aquel quedarse esperando en la puerta del sepulcro, el silencio del viernes santo, el silencio aún más profundo del sábado se adentra en la noche de Pascua hasta que, como una explosión, con el fuego, el cirio pascual y la luz que no mengua cuando la repartimos, sino que se multiplica, confesamos que sí, que, en el corazón de esta noche Santa, Jesús, crucificado, muerto y enterrado, ha vuelto a la vida.

Casi entramos en cierto vértigo si nos detenemos a pensar cómo un hecho concreto de una noche de la historia ha tenido tantas consecuencias: la más sencilla es que: si Jesucristo no hubiera resucitado no estaríamos aquí. Y todo lo que celebramos no es más que la vida venciendo a la muerte. Algunos de los hermanos de los escolanes y otros niños lo han trabajado hoy cuando ha observado que una bellota, el fruto de la encina que parecía muerto, era capaz de tener vida y de convertirse en un árbol pequeño. Y después, dentro de poco, traerán al altar estas pequeñas macetas plantadas con una esperanza y se las volverán a llevar como recuerdo de que esta noche, es una noche para la vida. De hecho, este es un experimento que recuerdo que los escolanes siempre hacían en cuarto y veías las macetas con las plantas por el suelo en su aula. Jesucristo es como el grano, como la bellota enterrada que vuelve a la vida, que resucita en una planta nueva.

Todas las lecturas de hoy nos hablan de esta vida, nos hablan de muchas formas con muchas palabras e historias diferentes: la creación de la naturaleza con todos sus elementos, la libertad, la fe, pero en el fondo el mensaje es siempre lo mismo: Dios opta decididamente por la vida. Por eso no podía dejar a Jesucristo en la muerte. Y Él ha querido compartir su vida de resucitado con nosotros, la suya es también nuestra vida, puesto que como nos ha dicho San Pablo – y volvemos a las plantas-; si nosotros hemos estado plantados junto a él por esta muerte parecida a la suya, también debemos serlo por la resurrección.

Me dirijo especialmente a vosotros que hoy os bautizáis, confirmáis y hacéis la primera comunión, y a los que sólo se bauticen, representados por sus padres y padrinos, es decir a los escolanes Pedro y Tomás, y a los niños: María y a los hermanos Caterina, Isabel e Isaac y también a David que hace la primera comunión. La vida de la que estamos hablando ahora y aquí no es sólo levantarnos, comer y dormir. Nosotros creemos que todos, los hombres, las mujeres y también vosotros sean chicos un poco mayores o niños, tienen la posibilidad de una vida del espíritu, de una vida interior, totalmente importante y esencial para la persona humana. Una vida que queremos infundir, estimular y hacer crecer en todos vosotros con los sacramentos, que por eso mismo llamamos de la iniciación. Por eso es tan bonito que en esta noche que celebremos la vida, podamos comunicar, como pueblo de Dios y comunidad cristiana, esta vida a todos vosotros y podamos hacer real aquella otra frase del pregón pascual: noche en la que el hombre reencuentra a Dios. Esto es lo que confesamos: que el hombre reencuentra a Dios en Jesús y que nada debería ser como antes. Lo encontramos en el bautismo, intensificamos aún más este encuentro con la confirmación porque recibimos su espíritu y tenemos la comunión para poder recibirlo en cada eucaristía.

Ahora os contaré una anécdota especialmente para vosotros Tomás y Pedro, relacionada con estos sacramentos que recibiréis esta noche, especialmente con la confirmación, y que tiene que ver con un buen amigo mío y de muchísima gente, el obispo Antoni Vadell, que quizás recordareis (sobre todo los escolanes mayores) porque alguna vez había estado en la Escolanía y había presidido una misa conventual a principio de curso, y que murió muy joven a los 49 años hace dos meses. Los teólogos, que nos dedicamos a estudiar todas estas cosas relacionadas con la fe y las celebraciones, discutimos si es mejor confirmarse a vuestra edad, a los nueve o diez años, especialmente si coincide con el bautismo o hacerlo de más mayores. Cuando con el Padre Efrem hablábamos de todo esto, a principios de diciembre, llamé al obispo Toni, que era bastante especialista en esto y le pregunté: ¿Qué te parece? ¿Confirmamos o no confirmamos a los escolanes de cuarto que se van a bautizar? Y él me dijo, sí. Porque en la Escolanía tendrán la posibilidad de vivir a fondo una vida cristiana y está muy bien que la vivan con la confirmación hecha. Fue la última vez que hablé con él. Y por tanto os dejo esta reflexión a vosotros dos, a todos los escolanes y a todos, porque todos recordaremos hoy nuestro bautismo, nuestra confirmación y participaremos de la eucaristía: los sacramentos son la posibilidad de vivir a fondo la vida cristiana. Todos pueden hacerlo o intentar que sus hijos la vivan en la medida de sus posibilidades. Y es que Cristo no nos quita nada de la vida, sólo nos la da y nos la hace más feliz.

Estos días he hablado de la identidad de Jesús de Nazaret en cada homilía. La noche de Pascua une tres momentos que nos ayudan a comprenderlo mejor:

  • su vida, con el entusiasmo por su mensaje y por su persona, que los testigos que convivieron con él nos han dejado en los evangelios;
  • su pasión y su muerte, solidaria con tantos sufrimientos humanos y ante la que y de los que, a menudo lo más adecuado es el silencio y la oración;
  • y finalmente su resurrección, que se manifestó como experiencia a sus discípulos, empezando por las mujeres que fueron al sepulcro y recibieron aquel mensaje sorprendente: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado. Dios se sirve de la humanidad de Jesús de Nazaret para estar presente en el mundo, y Jesús de Nazaret se sirve de la humanidad de todos los hombres y mujeres para comunicarse en su vida, en su muerte y en la su vida de resucitado. Desde aquella noche de Pascua, en el testimonio que proclama la sencilla frase: ¡El Señor ha resucitado! Realmente ha resucitado, transmitido de generación en generación de cristianos, no hemos dejado de creer en él, el viviente, el Señor de la vida:

la estrella de la mañana, aquella estrella, quiero decir que nunca se oculta, Cristo que volviendo de entre los muertos, se apareció glorioso a las mujeres y a los hombres como el sol en día sereno. Él, que vive y reina por los siglos. Amén.

Abadia de MontserratVigilia Pascual (16 de abril de 2022)

Vigilia Pascual (3 de abril de 2021)

Homilía del P. Josep M Soler, Abad de Montserrat (3 de abril de 2021)

 

Hermanos y hermanas estimados que compartís la alegría de esta noche santa:

Acabamos de escuchar en el evangelio el anuncio que ha cambiado la historia humana y ha abierto para todos un horizonte fundamental de esperanza: Jesús de Nazaret, el crucificado, ha resucitado. Es la buena nueva que llena de alegría esta noche y toda la vida de los cristianos. Incluso en este tiempo de pandemia, porque nos dice que la vida tiene sentido, que el dolor y la muerte no tienen el dominio último de la existencia humana porque Jesucristo resucitado nos abre de par en par las puertas de la vida inmortal.

Tal como hemos oído, las primeras de recibir el anuncio de la resurrección son las tres mujeres que el domingo de madrugada fueron al sepulcro llevando especies aromáticas para acabar de ungir el cuerpo de Jesús. Están preocupadas por cómo harán para hacer rodar la gran piedra redonda que cerraba el sepulcro. Pero al llegar, constatan con estupor que la piedra ha sido removida y que el cuerpo de Jesús no está en el sepulcro. Hay un joven -según el evangelista Marcos- que les dice que no tengan miedo, que Jesús de Nazaret no está allí, que ha resucitado. Además, les encarga que vayan a anunciarlo a Pedro y a los demás discípulos y les digan que vayan a Galilea y allí verán a Jesús. La reacción de las mujeres, sin embargo, no es de alegría. Sobrecogidas y llenas de miedo, huyen del sepulcro sin comunicar el mensaje ni decir nada a nadie. A nosotros nos sorprende esta reacción y nos parece que habrían tenido que salir corriendo a anunciar la Buena Nueva. En cambio, no lo hacen. Quizás las frena el estupor sagrado de estar tan cerca de un hecho que manifiesta el misterio de Dios y su intervención en la resurrección de Jesús. Pero, además, les cuesta entender y aceptar la novedad del anuncio que les han hecho. Les cuesta comprender el misterio de la vida que brota de la muerte. Tienen miedo ante lo que les es radicalmente desconocido. Y, en cambio, el mensaje que han recibido será el núcleo central de la fe cristiana.

Por suerte su fuga y su silencio fueron pasajeros y el anuncio se fue extendiendo. Y lo fue repitiendo la Iglesia antigua: Jesús de Nazaret, el crucificado, ha resucitado, subrayando siempre la identidad del que fue clavado en la cruz y del resucitado. Aún hoy el pueblo cristiano anuncia en todo el mundo que Jesús de Nazaret vive y es vencedor del mal, del pecado y de la muerte. Su resurrección nos ofrece una visión nueva del ser humano, del sufrimiento, de la muerte, de la historia, del mundo.

El evangelio de esta noche santa nos invita a no quedarnos mirando el sepulcro vacío, donde Jesús no está. Al contrario, nos invita a ir a Galilea que es donde se encuentra el Resucitado. No a la Galilea geográfica de paisajes entrañables a la que fueron convocados apóstoles, según hemos oído, sino a la Galilea espiritual. Porque la Galilea geográfica, donde Jesús anunció por primera vez el Reino de Dios, es un símbolo de la Galilea espiritual. El evangelio de esta noche nos invita a ir al lugar donde resuena constantemente el anuncio del Evangelio, donde podemos vivir la intimidad con Jesús escuchando su voz y dialogando con él en la oración. A la Galilea espiritual se nos invita a hacer obras de justicia y de misericordia, se nos invita a abnegarnos siguiendo el modelo de Jesús hasta tomar la propia cruz para seguirle construyendo cada día el Reino hasta el momento que seremos llamados a participar de su gloria pascual. Él, resucitado, el Viviente, nos precede abriéndonos el camino y nos hace participar de su misión.

La solemnidad de Pascua, pues, no nos trae sólo la alegría de la resurrección de Jesús, el Señor. Nos hace compartir, también, la vida nueva que él nos comunica desde que por el bautismo fuimos incorporados sacramentalmente a su Pascua y, como dice el Apóstol, empezamos a resucitar con Cristo (Col 3, 1). Por eso a lo largo de la vigilia hemos ido encontrando muchas referencias al agua como alegoría del bautismo. Se nos ha hablado del agua que da vida, del agua que ahoga el mal y se convierte en paso hacia una realidad nueva y salvadora, del agua que sacia la sed del corazón y que por eso debemos ansiar como el ciervo anhela el agua del torrente; se nos ha hablado, también, del agua que brota de las fuentes del Salvador con una expresión que nos remite al costado abierto de Jesús en la cruz de donde brotó sangre y agua; se nos ha hablado, además, del agua pura que Dios vierte sobre su pueblo para purificarlo de toda mácula y sacarle el corazón de piedra para darles uno de carne. Y finalmente, se nos ha hablado del agua bautismal que nos ha sumergido en la muerte de Cristo -como decía San Pablo- para que nosotros vivamos una vida nueva viviendo ya en él hasta el momento de nuestra participación eterna en la resurrección de Jesucristo. Pascua, por tanto, es también la fiesta gozosa de nuestra incorporación a la vida nueva que Cristo resucitado nos comunica. Es la fiesta del inicio del intercambio de vida entre él y cada uno de nosotros. Y por eso es la fiesta de nuestra filiación divina. En el arco que se abre ante el trono de la Virgen en el ábside de esta basílica, a mi lado derecho, hay un mosaico representando precisamente el momento de la vigilia de esta noche santa en el que – cuando hay bautismos- se introduce el cirio pascual en la fuente bautismal. Al lado hay una frase en latín, alusiva al bautismo, tomada del papa san León Magno que compara la fecundidad del agua a la fecundidad de María; dice: «dedit aquae quod dedit Matri» (Sermón, 25, 5). Es decir, «el principio de fecundidad que Dios puso en el seno de la Virgen, lo ha comunicado a la fuente bautismal». Dios ha dado al agua bautismal lo que dio a la Madre. «El poder del Altísimo, la obra del Espíritu Santo, hizo que María engendrara el Salvador», el Hijo de Dios hecho hombre, y al agua bautismal, también mediante el Espíritu Santo, le ha dado la capacidad de engendrar hijos e hijas de Dios (cf. ibid.). Por eso la Pascua de Jesucristo nos abre un acceso al Padre hecho de amor y de confianza filiales y nos da la prenda de vivir para siempre en el Reino de Cristo. Ahora, cuando bendeciremos el agua para recordar nuestro bautismo y cuando renovaremos nuestras promesas bautismales, renovamos también nuestra adhesión a Cristo para vivir en la novedad de vida pascual y nuestra voluntad de ser dóciles a la acción del Espíritu Santo. Y hacemos el propósito de ir cada día espiritualmente a Galilea es decir, a encontrarnos con Cristo resucitado, para vivir con él una vida de comunión en la filiación divina y en el servicio a los demás.

Esta misma celebración forma parte de nuestra Galilea espiritual. En la Eucaristía encontraremos a Jesucristo resucitado y nos nutrirá con el sacramento pascual de su Cuerpo y de su Sangre. Que Santa María, la Virgen gozosa de la mañana de Pascua, nos ayude, con sus oraciones, a vivir como hijos e hijas de Dios, como hombres y mujeres nuevos que, porque habiendo hecho experiencia, podamos decir a nuestros contemporáneos: No temáis; Cristo, el Viviente, camina con la humanidad. Y, aunque sea por caminos tortuosos, encamina la historia hacia su plenitud de paz, de vida y de alegría.

Abadia de MontserratVigilia Pascual (3 de abril de 2021)