San Pedro y San Pablo (29 de junio de 2023)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (29 de junio de 2023)

Hechos de los Apóstoles 12:1-11 / 2 Timoteo 4:6-8.17-18 / Mateo 16:13-19

 

«sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará.» (Mt 16,18)

Dios lo puede todo. Confesar a Dios es confesar que la vida tiene más poder que la muerte, que el bien vence al mal. La vida y el testimonio del apóstol San Pedro nos lo confirman. En su biografía, en todo lo que le alcanza directamente, este poder de Dios se manifiesta tanto en acontecimientos extraordinarios como en la cotidianidad de la vida, en la curación y resurrección de enfermos y muertos, como en su transformación interior, todo son signos de la capacidad de la vida para resistir la muerte que él atestigua. Simón, el hijo de Juan, Pedro, es el resistente frente a estas puertas del reino de la muerte que ceden ante Dios. Por eso nos es un modelo inspirador, del que podemos aprender mucho. Y creo que una buena perspectiva para acercarnos a San Pedro es precisamente la de observar sus luchas personales, esas resistencias que tuvo que practicar frente a las puertas del reino de la muerte.

Si empezáramos cronológicamente al revés, por el final de su vida, encontraríamos la resistencia frente a un Imperio Romano, al que molestaba profundamente aquella secta cristiana que proclamaba que había un solo Dios, que un hombre crucificado era su Hijo y el Mesías, cuyas palabras defendían unos valores que ponían a los seres humanos al mismo nivel, con una misma dignidad, que decía que había que perdonar, poner la otra mejilla cuando te pegaban, que las riquezas eras efímeras y todas estas cosas tan antipáticas para los que siempre se han beneficiado de los comportamientos violentos, explotadores y egoístas. La estructura de poder de Roma, podía ser todo esto, pero no era ingenua y por tanto no hay ninguna duda de que intuyó que todos aquellos predicadores no eran ni inocentes ni inofensivos y que por tanto más valía terminarlo rápido, eliminándolos. Y lo hicieron.

La resistencia al evangelio que seguimos viviendo hoy en el mundo, nos hace evidente que el mensaje cristiano es válido y que el ejemplo de la opción de San Pedro, para resistir la presión y con su palabra mantenerse fiel a Jesucristo, aceptando todas sus consecuencias, abre un verdadero camino de transformación en el mundo, que dura desde entonces. A pesar de no haber eliminado el mal y todas sus manifestaciones sociales, lo ha resistido y transformado en miles de ocasiones. Lección para hoy: Las resistencias al evangelio del inicio, no están tan lejos de las de ahora, pero las puertas del reino de la muerte no nos han superado nunca: Dios puede todo y lo vemos en la historia de la humanidad.

Si avanzamos deshaciendo su vida, veremos cómo San Pedro también encontró la resistencia de una tradición religiosa y política en el judaísmo que no podía permitir todo ese mensaje tan provocativo. Primero porque venía de fuentes no autorizadas: esto es de hombres sencillos, no formados, que se apoyaban en el testimonio de un rabino muy alternativo al que reconocían sin embargo como el propio Mesías. Es muy interesante ver cómo hay una lectura de la fe cristiana capaz de recuperar todo el núcleo de la tradición judía anterior y llevarla a cumplimiento, y que por tanto no debemos olvidar la capacidad del judaísmo para abrirse al mensaje de Jesús y de los apóstoles. Éste fue el primer gran ámbito de predicación de San Pedro. En esta tradición, todo se centra en reconocer la centralidad de Jesucristo. Qué duda tenemos que la referencia vital de Pedro fue Jesús de Nazaret: vivo, muerto y resucitado. Simón, no sin errores ni negaciones, siempre volvió a Él. Qué biografía espiritual no podríamos escribir a partir de los diálogos de Jesucristo y de San Pedro:

Empezando por el primer encuentro y citando breves fragmentos de diversos evangelios, en los que Jesús pregunta y Pedro responde, encontramos estos momentos:

“Echa las Redes (Lc 5,4)”.

“Apartaos de mí que soy un pecador (Lc 5,8)”.

“¿Quién decís que soy yo?”

“Vos sois el Mesías el Hijo de Dios vivo (Mt 16,15-16)”.

“¿Vosotros también queréis dejarme? (Jn 6,66)”

“Señor a donde iríamos, sólo Vos tenéis palabras de vida eterna (Jn 6,68)”.

O cuando Pedro pregunta y Jesús responde:

“Señor, ¿quiere lavarme los pies? (Jn 13,6)”

«Si no te lavo, no tienes parte conmigo (Jn 13,8)»

“Señor. ¿Por qué no puedo seguiros ahora mismo? Daré por Vos mi vida (Jn 13,37).”

  “¿Tú quieres dar la vida por mí? En verdad, en verdad te digo: no cantará el gallo que no me hayas negado tres veces (Jn 13, 38)”.

Hasta llegar a la pregunta final,

“Simón Hijo de Juan, ¿me amas?”

“Señor, lo sabéis todo. Sabéis que os amo (Jn 21,17)”

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No puede sorprendernos que, con este fondo, con esta relación personal, Pedro resistiera cualquier inmovilización religiosa y se convirtiera en fundamento de la nueva fe en Cristo. La lección para hoy: volver a Jesucristo. Dios puede todo y siempre encuentra su camino en los hombres y las mujeres.

Pero finalmente y estos breves diálogos que he citado son una buena muestra, en San Pedro, las resistencias más iluminadoras son las interiores. Todas las que los evangelios nos cuentan y que acompañan a su relación personal con Jesús de Nazaret. La resistencia que nace de la conciencia de estar muy lejos de aquél que con una sola palabra le hace cambiar de idea. Estaban pescando: ¿qué sabía un carpintero de pescar? Pero por algo, Pedro confía y aparece el pescado donde no había. Y de eso nace un sentimiento de superación, de querer alejarse, de miedo. Pero en ese momento aparece siempre la llamada de Jesucristo, de volver, de mantenerse fiel. Quizás esta misma conciencia de indignidad superada siempre por la Palabra del Señor nos da una clave para entender la vida de Pedro, y tendrá su momento último en la negación durante la pasión, cuando la fuerza de querer alejarse de todo, pasa por delante de todas las declaraciones de fidelidad, y donde definitivamente ya no hace falta otra palabra que su propia conciencia recordándole que ha traicionado al maestro y amigo. Porque después de la negación en la noche de la pasión, las palabras que escuchará San Pedro serán ya las del resucitado, que no cambiarán, que continuarán siendo las palabras que confirman aquella llamada que hemos leído en el Evangelio: tú eres Pedro. Pero en cambio, en el momento de la resurrección, junto al Lago de Genesaret, en el evangelio que la solemnidad de hoy propone para la misa de la víspera, el Señor le preguntará tres veces a Pedro: ¿me quieres? Y la respuesta será la abandonarse totalmente en Cristo, sin ninguna resistencia, diciendo finalmente: Vos lo sabéis todo, Vos sabéis que os amo. Leo por hoy: Dios lo puede todo, porque perdona lo que ni nosotros nos osaríamos perdonarnos a nosotros mismos.

De esta forma la misión de San Pedro en la historia se apoya en la confesión que hace de Jesucristo como Señor y Mesías y en el amor que finalmente le demuestra incondicionalmente, en la piedra y en el corazón. Por su vida, nos demuestra que él es la piedra contra la que se estrellan todas las luchas sociales, religiosas y personales, pero que esto sólo puede ser así si la referencia de su corazón es Jesucristo. Petra autem era Christus. La piedra realmente es Cristo. Es una frase escrita en ese altar. Y la Iglesia se mantiene unida en Cristo y en aquellos que participan con amor y con fe, como san Pedro, de Cristo. El cimiento y la piedra no podía ser otro. Todos nosotros también estamos invitados hoy a participar como el primero de los apóstoles en la fe y en el amor, en la eucaristía que ha sido siempre el sacramento de la unidad.

 

 

Abadia de MontserratSan Pedro y San Pablo (29 de junio de 2023)

San Pedro y San Pablo (29 de junio de 2022)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (29 de junio de 2022)

Hechos de los Apóstoles 12:1-11 / 2 Timoteo 4:6-8.17-18 / Mateo 16:13-19

 

La solemnidad de hoy, de San Pedro y San Pablo, queridos hermanos y hermanas, como la de todas las celebraciones y memorias de santos, nos ayuda a centrarnos en dos mediaciones fundamentales entre Dios y la humanidad: el testimonio, porque estamos frente a dos grandes testigos, y la de la comunidad, la Iglesia de la cual son sus columnas. En la historia espiritual de casi cada uno, los testigos y la comunidad nos han llevado hacia la fe en Dios, al seguimiento de Jesucristo, a recibir el Espíritu Santo y las que nos permiten avanzar en ese camino de confianza.

Si hablamos de testigos, hoy vamos a los verdaderos orígenes del cristianismo. En el diálogo del Evangelio que hemos leído, el propio Jesús busca con sus preguntas provocar la reflexión y la formulación de un testimonio sobre él: ¿Quién dice la gente que soy yo? No es de extrañar que, en el aprendizaje de la fe, tantas veces, en catequesis, en grupos de jóvenes, nos hayan repetido la pregunta de Jesús: ¿quién es Jesús para ti? La pregunta hecha por sí mismo a los apóstoles, en un momento tranquilo, en la tranquilad de las fuentes del Jordán, en Cesarea de Filipo, como nos dice el evangelio de Marcos, paralelo al que hemos leído, provocó la respuesta de fe de Pedro, una de las confesiones más fundamentales del evangelio: tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo. Tú, Jesús de Nazaret, rompes la lógica de un Dios lejano, invisible, inefable y lo haces cercano. Tú te conviertes en una esperanza por una humanidad que se salva porque es visitada en su esencia por Dios y un Dios que se humilla hasta la muerte para no dejar nada sin redimir.

Un testimonio es legítimo si lo que dice es verdadero, si puede dar fe por conocimiento y experiencia propia, si el resto de su vida es coherente con lo que ha proclamado.

El apóstol Pedro cumple con creces estas tres condiciones: La primera es la verdad de todo lo que ha anunciado. Incluso Jesús le reconoce que está inspirado por el mismo Dios como nos señala el evangelio: ¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. San Pedro entendió que Jesús era Cristo, el Mesías y su comprensión cambió la historia, cambió la relación de los hombres y las mujeres con Dios.

La segunda condición de legitimidad de un testigo es la proximidad a la fuente. Y evidentemente también se cumple en aquél que, desde el momento de dejar las redes, siguió de cerca a Jesús y después de la Pasión, fue un testimonio de su resurrección. Imagino la vida de San Pedro hasta su martirio en el Vaticano, como una larga experiencia de comprensión que quizás nunca completó, de aquellas palabras: Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo y de todas las demás que va escuchar decir a Jesús.

Y, por último, un testigo debe tener coherencia al proclamar la fe. Algunos diréis: ¿coherente san Pedro? ¿Y las negaciones? Pero ¿le tendremos en cuenta nosotros las negaciones cuando el mismo Jesús las perdonó y no dudó en hacer de él la piedra y el cimiento de su comunidad? Coherencia a pesar de alguna debilidad. Las debilidades de Pedro nos ayudan precisamente a tenerlo por testimonio de la fe y de Cristo. No es necesario ser perfecto para ser discípulo. Basta con saber pedir perdón cuando te equivocas y niegas al Señor.

¿Quién dudará de que la fe de San Pedro nos ha ayudado?

El evangelio de hoy no nos habla de ello, pero casi cada domingo y otros muchos días durante el año encontramos también el testimonio de Pablo. ¿Quién dudará de que algunas de las páginas más profundas, del testimonio más íntimo de la relación posible de una persona con Jesucristo y de su significado nos vienen de San Pablo? Un discípulo que es testigo porque quedó tocado y se dedicó con cuerpo y alma a reflexionar, a compartir, a dejarnos escrita la que personalmente me atrevo a llamar madre de toda la teología.

Pese a que podamos hablar de experiencia directa de Dios, no nos queda ninguna duda de que para insertarnos en la tradición cristiana hacían falta los santos Pedro y Pablo, y detrás de ellos, como cantamos en el Te Deum, el ejército radiante de los mártires, palabra que en griego significa testigo.

La solemnidad de hoy nos lleva naturalmente a otra mediación: la Iglesia, que es el primer fruto de la fe de los apóstoles. En la confesión de Pedro, sigue el mandamiento de Jesucristo: Sobre ti, edificaré mi Iglesia. Y el encargo más importante que el Señor le hizo fue la de confirmar en la fe a todos los que vendríamos después. Precisamente porque la fe contenida en su confesión es también el fundamento de cualquier comunidad que se reúne en torno a Jesucristo. Desde la unidad del primer grupo de seguidores de Jesús, la comunidad se ha extendido hasta cumplir el mismo mandamiento de Jesús: Id y predicad el Evangelio en todo el mundo. No podemos negar que, en estos dos mil años de historia, la comunidad cristiana, a pesar de no perder nunca la referencia a los apóstoles Pedro y Pablo, no ha logrado mantenerse formalmente unida. Sin embargo, sí me parece digno de decir que al menos la gran comunidad católica se mantiene una, siendo uno de los fenómenos más numeroso, más antiguo, más activo de toda la historia de la humanidad. San Pedro y el ministerio de sus sucesores, los obispos de Roma, los Papas, son su vínculo de comunión, y la ansiada unidad cristiana, debería tener siempre en cuenta su servicio.

Sería bueno ver a la Iglesia como la que nos ha dado la posibilidad de nuestro conocimiento de Jesucristo y la que nos ayuda a mantenernos en la fe. La que vivimos en cada eucaristía, como estamos haciendo ahora. Quizás demasiado a menudo perdamos de vista esta esencia y nos perdemos en críticas colaterales que no sé si llevan a ninguna parte. Sé que la crítica expresa a menudo amor y preocupación por la Iglesia. Procuremos que no sea otra cosa. El ejemplo y la enseñanza de San Pedro y San Pablo no fue otro que Jesucristo. Aferrémonos a Jesucristo, como el Señor que nos ama más allá de todo y nos lo demuestra constantemente como hace ahora en esta celebración, haciéndonos participar de su cuerpo y su sangre.

Abadia de MontserratSan Pedro y San Pablo (29 de junio de 2022)

Solemnidad de la solemnidad de san Pedro y san Pablo (29 de junio de 2021)

Homilía del P. Josep M Soler, Abad de Montserrat (29 de junio de 2021)

Hechos de los Apóstoles 12:1-11 / 2 Timoteo 4:6-8.17-18 / Mateo 16:13-19

 

Estimados hermanos y hermanas: la Iglesia, desde Oriente hasta Occidente, se llena hoy de alegría en la solemnidad de los dos grandes apóstoles, San Pedro y San Pablo. Dos grandes lumbreras de la fe; dos grandes fundamentos del Pueblo cristiano. Su testimonio y su intercesión atraviesan los siglos, y de generación en generación va suscitando una vitalidad nueva en la vida de los cristianos.

Su testimonio nos hace ir a las raíces de nuestra fe. Es un testimonio que se centra en la respuesta de Pedro que acabamos de escuchar: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo. Ante Jesús de Nazaret, Simón Pedro afirma en nombre de todos los discípulos, que aquel hombre de origen humilde que tiene delante es el Mesías esperado por el pueblo de Israel, el rey salvador, el sirviente paciente, el que ha recibido la unción santa del Espíritu, el Hijo de Dios, que viene a salvar y a dar el verdadero sentido de la existencia humana. Es una afirmación de fe; porque Pedro va mucho más allá de lo que captan sus sentidos. Por eso, Jesús le puede decir: Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás, eso no te lo ha revelado nadie de carne y sangre, sino mi Padre del cielo. Porque la fe en Jesús como Mesías, no es fruto sólo de un razonamiento humano ni de un mero sentimiento pasajero, sino un don de Dios, para el que hay que estar disponible con un corazón abierto y humilde.

El testimonio de fe sobre Jesús que San Pablo da en sus cartas es, como no podía ser de otro modo, el mismo que el de San Pedro, sólo que expresado en lengua griega. Pablo no se cansa de decir que Jesús es el Cristo. Y «Cristo» es, como ya sabéis, la traducción griega de la palabra hebrea «Mesías», que significa «Ungido». La fe, pues, de Pedro y de Pablo es la misma. El núcleo fundamental es Jesucristo, en su filiación divina y en su condición de sirviente paciente de la humanidad, de salvador único, de ungido por el Espíritu, de revelador del amor del Padre. Y también San Pablo, deja claro, que su fe no es cosa humana, es don de Dios: el Evangelio que os anuncié -dice- no viene de los hombres […], Dios me reveló a su Hijo para que yo lo anunciara (Ga 1, 11.15).

Tanto Pedro como Pablo, pusieron toda su vida en función de este anuncio del Evangelio, de la Buena Noticia, de que Jesús es el Mesías, el Cristo, el único que libera y salva en plenitud. Y no se echaron atrás ante las dificultades y las persecuciones porque su certeza los venía de una experiencia vivida. Las dos lecturas que hemos escuchado, son una muestra de ello. En la primera, hemos encontrado a Pedro en la cárcel por causa de Jesús, el Cristo. Y en la segunda, hemos oído como San Pablo, hacia el final de su existencia, hacía mención de todo lo que había tenido que luchar en el noble combate de la fe, un combate que le había comportado persecuciones y encarcelamientos.

La fe de la Iglesia, nuestra fe, pues, se basa en el testimonio de San Pedro y San Pablo que, al unísono con los demás apóstoles nos habla de la realidad profunda de Jesucristo. Hoy tenemos que renovar esa fe en él, el Mesías, el Hijo de Dios. El Padre pone esta afirmación en nuestro corazón y en nuestros labios. Y es el Espíritu quien nos mueve a ser testigos valientes para mostrar que Jesucristo nos llena de alegría y de esperanza, incluso ante las incomprensiones o las persecuciones de cualquier tipo. Pero, para poder recibir esta revelación de Jesucristo por parte del Padre, hay que hacer silencio interior y dejar que vaya empapando toda nuestra manera de ser y de hacer. Sólo una vivencia íntima del Misterio de Jesucristo nos puede sostener en medio de nuestro mundo.

La profesión de fe del apóstol San Pedro, le supuso una misión especial en la Iglesia. Lo hemos oído en el evangelio; Jesús le dijo: tú eres Pedro. Sobre esta piedra -que este es el significado de la palabra Pedro- edificaré mi Iglesia, y las puertas del Reino de la muerte no le podrán resistir. Sobre la fe y el ministerio de Pedro, sostenido por la inspiración del Padre, se fundamenta la fe del pueblo cristiano. A pesar de la debilidad humana, a pesar de los defectos personales, San Pedro, en comunión con los demás apóstoles, hará visible la piedra angular invisible sobre la que se fundamenta radicalmente la Iglesia, aquella piedra que es Jesucristo mismo.

La fidelidad de San Pedro y San Pablo en confesar la fe en Cristo les llevó a la muerte. La Iglesia conmemora conjuntamente el martirio en este día, 29 de junio, gozosa por la victoria pascual de los dos grandes apóstoles. Por eso, la liturgia nos invita hoy a volver (cf. Himnos de laudes y de vísperas) la mirada hacia la ciudad de Roma, donde ambos derramaron la sangre. Y no sólo hacia la ciudad, sino sobre todo hacia la comunidad cristiana que vive allí; aquella comunidad (o Iglesia local) que junto con su obispo, el Papa, es llamada a presidir en la caridad todas las demás comunidades cristianas de todo el mundo. El obispo de Roma ha recibido la misión difícil de ser heredero del carisma apostólico tanto de Pedro como de Pablo. Y así como la Iglesia naciente oraba a Dios por Pedro sin parar, cuando estaba en la cárcel tal como hemos oído en la primera lectura- también nosotros tenemos que llevar en la oración a aquel que es el sucesor del servicio apostólico de los dos grandes testigos que celebramos hoy. El Papa Francisco pide a menudo que roguemos por él, pero el pasado domingo pidió que lo hiciéramos con especial hincapié en la solemnidad de hoy.

Además, hemos de intensificar nuestra comunión eclesial, vivida en la lealtad y, al mismo tiempo, en la libertad de los hijos de Dios. Tenemos que vivir en el seno de la Iglesia católica donde hay gérmenes fuertes de división. Y la tenemos que vivir abiertos, también, a todos aquellos hermanos y hermanas en la fe, que desde tradiciones eclesiales diversas y sin estar todavía en plena comunión con la sede de Pedro y Pablo, reconocen que Jesús es el Mesías, el Hijo del Dios vivo. Es a través de la estima, de la búsqueda sincera y humilde de la verdad, y de la acogida de la diversidad que podremos llegar a superar las divisiones que hacen menos creíble el testimonio cristiano. San Pedro y San Pablo compartieron la misma fe, el mismo amor por Cristo y por la Iglesia, pero desde la diversidad de maneras de ser, desde expresiones y sensibilidades diversas y en contextos diferentes; hasta en algún momento con una cierta tensión dialéctica. Pero tuvieron en común la adhesión a Cristo, la fidelidad inquebrantable al Evangelio, el amor fraterno y el trabajo por la unidad de la Iglesia.

Dejemos que estos dos grandes Apóstoles que hoy conmemoramos nos estimulen a vivir con entusiasmo nuestra fe en Jesucristo y poner en obra el Evangelio en nuestro entorno. La eucaristía del Señor que nos han transmitido los apóstoles y que ahora celebramos, nos da la gracia y la fuerza.

 

Abadia de MontserratSolemnidad de la solemnidad de san Pedro y san Pablo (29 de junio de 2021)

Solemnidad de Sant Pedro y San Pablo (29 junio 2020)

Homilía del P. Josep M Soler, Abad de Montserrat (29 junio 2020)

Hechos de los Apóstoles 12:1-11 – 2 Timoteo 4:6-8.8-11 – Mateo 16:13-19

 

Estimados hermanos y hermanas: Hoy celebramos el martirio de los dos grandes apóstoles San Pedro y San Pablo. Es el día en el que sellaron con la sangre su adhesión a Jesucristo.

San Pedro había dicho a Jesús resucitado, cerca del lago de Galilea: Señor, tú sabes que te quiero (Jn 21, 15-17). Pero es en el momento del martirio que este amor es total y definitivo. San Pablo tenía una convicción profunda: Cristo, el Hijo de Dios, me amó y se entregó a sí mismo por mí, por eso vivo mi vida en la fe en el Hijo de Dios (Ga 2, 20), porque el amor del Cristo nos apremia (2C 5, 14). Pero, es, también, en el momento del martirio cuando corresponde plenamente al amor que Jesucristo le ha tenido y que expresa de una manera radical el amor que él ha tenido a Cristo.

El martirio de estos dos grandes apóstoles constituye el inicio de su participación plena en el misterio pascual de Jesucristo, constituido por su muerte y su resurrección.

La primera lectura, tomada de los Hechos, nos narró uno de los encarcelamientos que sufrió San Pedro. Este fue por orden del rey Herodes que lo quería condenar a muerte. Pero, tal como hemos oído, el Señor lo liberó. La narración tiene como trasfondo la pascua del pueblo de Israel, en la que fue liberado de Egipto, y la pascua de Jesucristo. Incluso cronológicamente nos decía que Pedro fue encarcelado en las fiestas de la Pascua judía, entorno, pues, de las mismas fechas de la muerte y la resurrección de Jesús. Pedro estaba atado fuertemente y bien custodiado por soldados en el lugar más seguro de la prisión, rodeado por la oscuridad de la noche, lo que nos recuerda a Jesús en la oscuridad del sepulcro bien cerrado y custodiado, también, por soldados. Pero una intervención divina llena de luz el espacio oscuro y libera a Pedro. El ángel le dijo levántate con una palabra que en griego equivale a «resucita». Este hecho de alguna manera anticipa simbólicamente la participación de Pedro en la Pascua de Jesucristo. Ciertamente, es una salvación de la muerte sólo temporal, pero muestra la solicitud que Dios tiene por quienes se han hecho discípulos de Jesucristo y la gloria futura que les es promesa.

También más adelante San Pablo vivió un episodio similar, según el mismo libro de los Hechos. El encarcelamiento de Pedro que hemos leído, tuvo lugar en Jerusalén, Pablo junto con Silas, compañero suyo de evangelización, fue encarcelado una de las veces en la ciudad de Filipos, capital de la Macedonia romana. De manera similar ellos dos fueron encerrados en el lugar más seguro de la prisión, bien atados con cadenas y custodiados por guardas. También por la noche, mientras todo estaba oscuro, una intervención divina les desata las cadenas y los liberó, anticipando como en el caso de Pedro, su participación definitiva en la pascua de Jesucristo (cf. Hch 16, 25-34).

Los apóstoles, vigorizados con el don del Espíritu Santo, vivían estas situaciones por amor a Cristo, para difundir el Evangelio. Y las vivían con alegría. En el caso de Pedro, el Libro de los hechos de los apóstoles nos dice que él y los otros apóstoles se alegraban de ser ultrajados y de sufrir a causa del nombre de Jesús (cf. Hch 5, 41); les alegraba poder participar de los sufrimientos de Cristo para que así, cuando él revelara su gloria podrían alegrarse, también, llenos de alegría (cf. 1 P 4, 14). De igual manera Pablo, que se sentía espoleado por el amor de Cristo (2C 5, 14), se complacía en las persecuciones y en las angustias por Cristo (2C 12, 10), y podía escribir: yo llevo en mi cuerpo las marcas de Jesús (Gal 6, 17), en referencia a las cicatrices de las flagelación y de los bastonazos que había sufrido varias veces.

San Pedro y San Pablo vivieron de un modo eminente, como correspondía también al ministerio eminente que habían recibido en la Iglesia, lo que había anunciado Jesús: os detendrán y os perseguirán, os arrestarán en las cárceles, y os harán comparecer  ante reyes y gobernadores por causa de mi nombre. Esto os servirá para dar testimonio (Lc 21, 12-13). Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y digan contra vosotros toda clase de calumnias por causa mía.  Alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa será grande en el cielo (Mt 5, 11-12). Es que el discípulo de Jesús debe recorrer el mismo itinerario espiritual de su Maestro y debe vivir el misterio de muerte y de resurrección en su vida través de las vicisitudes de la existencia, de las incomprensiones y del sufrimiento que le puede venir de tantas maneras. Así el discípulo de Jesús podrá llegar a participar para siempre de su pascua. San Pedro y San Pablo son para nosotros unos testigos de cómo la fe y el seguimiento de Jesucristo comportan una dimensión de cruz, y de cómo el amor y la esperanza permiten que sea vivida en paz y con alegría. Esto nos anima a ir a fondo en nuestra vivencia del Evangelio y no desfallecer en el testimonio a pesar de las dificultades y las incomprensiones.

También en nuestras vidas vivimos una anticipación de la pascua cada vez que vencemos el mal con el bien, cada vez que ayudamos a los demás, cada vez que hagamos las paces, cada vez que, por gracia, superamos el pecado que nos asedia, cada vez que perseveremos en la fidelidad a pesar de las dificultades, cada vez que sufrimos por causa del Evangelio y no desfallecemos en el amor …

Por otra parte y de acuerdo con la palabra de Jesús, no podemos soñar con un mundo en el que los cristianos podremos vivir siempre con tranquilidad. Esto puede ser posible por un tiempo, en un lugar concreto, porque las dificultades no son siempre iguales en todas partes. También ahora hay lugares de la geografía donde los cristianos son perseguidos o se encuentran en graves dificultades, porque siempre habrá poderes políticos, económicos o mediáticos para los que el cristianismo será un estorbo y lo querrán eliminar o al menos debilitar y ridiculizar. Pero sabemos que en las dificultades el Espíritu Santo es la fuerza del cristiano (cf. Lc 12, 11-12). Y esto nos alienta a dar testimonio sin desfallecer.

Hemos sentido que, mientras Pedro estaba en la cárcel, la comunidad eclesial oraba por él. Hoy, en la solemnidad de los dos grandes mártires de Roma, la Iglesia católica extendida de Oriente a Occidente (cf. Pasión de los Sts. Fructuoso, Augurio y Eulogio) ruega por el sucesor de Pedro, el Papa Francisco. Desde hace tiempo, es atacado desde varios sectores incluso dentro de la Iglesia. Se puede sintonizar más o menos con su forma concreta de hacer y de decir; también San Pedro y San Pablo experimentaron tensiones entre ellos por su manera diferente de ver las cosas (cf. Ga 2, 11-16). Pero la Iglesia de Roma es la Iglesia que, como afirma, ya en el s. II, San Ignacio de Antioquía, «preside todas las demás en la caridad»; y como dice, también en el mismo s. II, San Ireneo, «es necesario que todas las Iglesias estén en armonía con esta Iglesia» (cf. Comisión internacional católico-ortodoxa, Documento de Rávena, 41). Por eso el obispo de Roma es vínculo de unidad, de comunión y de paz entre todas las Iglesias. Y la comunión con su persona y con su misión pastoral es un elemento integrante de la vida eclesial y, por tanto, de nuestra vivencia como miembros de la Iglesia (cf. CEC 881-882). Debemos rezar por Francisco, tal como lo pide constantemente él mismo, y debemos acogerlo con espíritu de fe.

Que por la gracia de esta eucaristía nos sea dado perseverar en la fe de los apóstoles hasta el día que podremos participar plenamente, también nosotros, de la pascua de Jesucristo.

Abadia de MontserratSolemnidad de Sant Pedro y San Pablo (29 junio 2020)